jueves, 20 de julio de 2017

LUIS ALEMANY_Cuando Panero amaba a Karina





Un acertijo: si El hijo de puta de Álvaro Delgado es el título de un poema, ¿quién puede ser el poeta? Leopoldo María Panero, quién iba a ser si no. El pobre Álvaro Delgado fue el pintor que retrató a Panero de pierrot cuando era un niño y, también, el que lo dibujó muchos años después como a un loco insondable, como a un personaje de Francis Bacon. Cualquiera que busque la imagen la reconocerá con un escalofrío.
El hijo de puta de Álvaro Delgado es uno de los poemas que el periodista y escritor Javier Mendoza leerá este viernes, en la Casa Panero de Astorga, en un congreso dedicado al poeta. Después se los entregará formalmente al catedrático y crítico Túa Blesa, que tiene el encargo de editar y publicar ese legado en el sello Bartleby, en un tomo que se llamará Los papeles de Ibiza, 35.
Algunas aclaraciones antes: «Ibiza, 35, 28009, Madrid» era la dirección legendaria de la familia de poetas. Y Javier Mendoza era el periodista que en El desconcierto (Bartleby, 2017) contaba su historia en paralelo a la de la familia Panero. Cuando Mendoza era adolescente, su madre se casó con Michi, el hermano pequeño de Leopoldo María. Y no le fue mal: como padrastro, Michi era un desastre pero como amigo, en cambio, era un tesoro. Fue tan generoso, que, cuando murió en 2004, le regaló las carpetas con sus papeles. «Felicidad Blanc [la madre de los poetas] decía en sus memorias que guardaba los textos de sus hijos en su mesilla de noche. Yo estoy convencido de que los papeles que me dio Michi venían de esa mesilla».
¿O sea que el legado no sólo incluía textos de Michi? «Eso es». 
Durante años, Mendoza no supo bien qué hacer con las cajas de la calle Ibiza. «Las llevaba como el que lleva la maldición del diamante», explica. Después, pasó el tiempo, las piezas del puzle fueron encontrando su sitio, se murió su madre y, por fin, tuvo la paz para empezar a trabajar en el legado Panero.
Y ahora, vamos al cogollo. Entre los textos de Leopoldo María que heredó Mendoza aparecen dos colecciones inéditas, nítidamente diferenciadas del resto de textos. Son las obras con las que trabajará Túa Blesa. La buena noticia es que ambas remiten a los años inmediatamente anteriores al ingreso de Panero en el psiquiátrico de Mondragón, el periodo más propicio de su carrera, según Mendoza. 
Uno de los conjuntos se llama No, no somos ni Romeo ni Julieta y el título también es un guiño muy leopoldesco. «Según contaba Michi, Leopoldo tenía un póster de Karina en su cuarto y hacia la broma de que era su amour fou, nunca mejor dicho. Tenía una vena folclórica, era fan de Lola Flores y una de sus canciones favoritas era Dame veneno de Los Chunguitos», recuerda Mendoza. La dedicatoria, en cambio, va en otra dirección: «A Calvert Casey», por el periodista cubano.
La otra colección se llama Poems divers, y está escrita en francés. Según Mendoza, Ni Romeo ni Julieta será reconocible para quienes hayan leído Así se fundó Carnaby Street, el primer libro de Leopoldo María, el más conocido. Hay ahí dentro textos cortos y, al lado, prosas poéticas de dos o tres folios. ¿Algo más? Sí. Los papeles de Ibiza, 35 incluirá también unos pocos cuentos inéditos y fragmentos sueltos como el cuestionario para una autoentrevista que preparó Leopoldo María. 
Mendoza envía un escaneado de la autoentrevista, llena de barbaridades y destellos. Una pregunta incluida en el cuestionario: «¿Cómo meterías la mano entre dos latidos de león?». Otra: «¿Has visto un chorro de sangre con dolor de cabeza?».
Dame veneno, dame veneno. 
Una pregunta más: ¿se agotan aquí los papeles perdidos de Leopoldo María? No. Pero Mendoza dice que el resto de textos necesitan bastante trabajo de clasificación y edición y que él no es la persona adecuada para dar orden a ese cachito de caos. Que para eso estará Túa Blesa. Paciencia, entonces.

domingo, 16 de julio de 2017

Walter Benjamin

Diario parisino*


Queridos lectores les ofrecemos un texto de Walter Benjamin para recordar que ayer sábado, 15 de julio de 2017, se cumplieron ciento veinticinco años de su nacimiento.
Los editores de las Gesammelte Schriften dicen sobre este texto lo siguiente: “Benjamin estuvo en París entre diciembre de 1929 y febrero de 1930. En esas semanas redactó, seguramente por encargo de la revista Literarische Welt, un informe extenso, con formato de diario, sobre su estancia en esa ciudad. La versión definitiva del Diario parisino seguramente la entregó tras haber regresado a Berlín.”
Walter Benjamin toca en estas páginas muchos temas, y no nos debemos dejar engañar por el aparente tono desenfadado y de cotilleo que hay en algunos pasajes. Aparte del interés que tiene por Proust –evidente si recordamos que lo tradujo al alemán a cuatro manos con su amigo Franz Hessel– nos permitimos llamar la atención de nuestros lectores sobre el final de la primera conversación que mantuvieron él y la librera Monnier el 4 de febrero.

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(...) Algunas cosas sobre Proust: Monnier habla de la repugnancia que en ella ha despertado su transfiguración de los diez mil de arriba, de la rebeldía y protesta que le han impedido amar a Proust, y a continuación, fanáticamente, casi con odio, habla de Albertine, que sería ce garçon du Ritz –Albert– de una manera absurda, y cuyo cuerpo y andar masculinos percibe constantemente en Albertine. Su persona moral le ha impedido amar a Proust, más aun, querer amarlo. Lo que dice me lo pone fácil, y así le cuento las dificultades con las que Proust se encuentra en Alemania, lo necesarios que resultan estudios profundos sobre el escritor para superarlas, lo escasos que son dichos estudios en Alemania, pero también en Francia. Su sorpresa ante esta frase me da pie para dibujarle a grandes rasgos mi imagen de una interpretación de Proust. No es el lado psicológico, ni la tendencia analítica, sino la metafísica que hay en sus escritos, le explico, lo que sigue pendiente de ser descubierto. Las cien puertas que franquean el acceso a su mundo siguen cerradas: la idea del envejecer, la afinidad de los seres humanos con las plantas, su imagen del siglo XIX, su sensibilidad hacia el moho, el desecho, el resto pendiente. Y le cuento que cada estoy más convencido de que para entender a Proust hay que considerar que su tema es el envés, le revers -moins du monde que de la vie même.
Esa misma tarde, al cabo de un rato, conversación con Gabriel Audisio. Puedo decirle muchas cosas sobre su Heliotrop, lo que le alegra. Cuenta entonces las condiciones en que escribió este libro, lo que nos lleva a hablar del trabajo en el clima meridional. Estamos completamente de acuerdo en que es absurda la opinión según la cual el sol del sur es un enemigo de la concentración mental. Audisio confiesa su plan de escribir una Défense du soleil. Empezamos a considerar las diferentes maneras de contemplación mística según se trate de la medianoche septentrional o del mediodía meridional. Jean Paul por un lado, la mística oriental por el otro. La postura romántica del norteño, que en su urdir de un mundo onírico intenta parecerse al infinito, y el rigor del sureño que, más bien tercamente, entra en competencia con la infinitud del azul del mediodía para concebir algo que también sea perenne. En esta conversación me acuerdo de cuando escribí las primeras cuarenta páginas, en Capri y en pleno julio, del libro sobre el drama barroco: no tenía nada salvo pluma, tinta, papel, una silla, una mesa y el calor del mediodía. Esta carrera con la duración sin fin, cuya imagen evoca el cielo del mediodía en el sur de modo tan perentorio como el cielo nocturno la de un espacio infinito, hace que la mística del sur tenga un carácter cerrado, algo que se expresa arquitectónicamente, por ejemplo, en los templos del sufismo.

Sobre “Escribir (Una antología)”, de Henry David Thoreau






El arte de escribir consiste en hacer cuadrar frases que sugieren más de lo que dicen, que tienen una atmósfera en torno a sí, que no sólo registran una expresión vieja, sino que crean otras nuevas; frases que sugieren tantas cosas y son tan perdurables como un acueducto romano. Frases que salen caras, pues para obtenerlas hubo de invertirse mucha vida y muchos volúmenes; que yacen como rocas sobre la página, en todas direcciones; que contiene las semillas de otras, pero no mediante la mera repetición, sino la creación; frases para cuya construcción un hombre vendería sus tierras y castillos.

Asomarme a los diarios de un escritor al que admiro siempre me produce sentimientos encontrados. Por un lado está la poderosa curiosidad que el texto despierta: el deseo de atisbar la intimidad del creador, sus dudas, sus miedos, sus reflexiones sobre la labor creadora (como la arriba recogida), la necesidad de encontrar pistas, consejos que aplicar al trabajo propio… Por otro lado se halla el pudor producido por meter las narices en la intimidad de otra persona. Y reconozco que cuando escribo “pudor” estoy recurriendo a un eufemismo. Siendo preciso debería decir: miedo. Miedo a descubrir que la persona que hemos intuido o imaginado a través de la lectura de sus obras dista mucho de la persona real, frágil, vacilante, cambiante e imperfecta que en realidad fue. Cualquiera que se haya enfrentado a los desgarrados diarios de John Cheever, por ejemplo, podrá corroborar esta impresión. En definitiva, la lectura de unos diarios de escritor es un recordatorio, siempre necesario, de que no debemos confundir la literatura con sus autores.

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La lectura de Escribir (Una antología), sin embargo, no nos enfrenta al riesgo de conocer en la intimidad a Henry David Thoreau, o al menos no de una forma plena. El breve libro publicado por Pre-Textos es, como su título indica, una antología de fragmentos de sus diarios, en concreto de los referidos a la escritura. A la escritura y no a la literatura (hay que señalar), pues en ellos Thoreau no habla sobre autores u obras (salvo en contadas excepciones), no manifiesta sus opiniones sobre el trabajo de los demás (lo que sin duda podría interesar a muchos), sino que centra su atención en el proceso de escritura, en lo que queda oculto, en los oscuros talleres donde se fragua lo que más tarde aparece en las páginas.
Henry David Thoreau (1817-1862) es una de las figuras más importantes de las letras estadounidenses. Practicó la poesía, la narrativa de viajes, la historia natural y, en especial, el ensayo, género del que fue maestro indiscutible. Su obra más célebre, y también la más importante, fue Walden (1854), una crónica del experimento realizado por el propio Thoreau, con el que quiso demostrar que una persona es capaz de obtener de la tierra cuanto necesita para vivir, requiriendo únicamente para ello algo de organización y una moderada cantidad de esfuerzo. Era su intención denunciar las falsas necesidades que la sociedad capitalista nos induce, obligándonos a malgastar para satisfacerlas cantidades de tiempo y trabajo que bien podríamos emplear en la reflexión, la educación y el disfrute de la naturaleza. Thoreau levantó una cabaña en un terreno cedido por Ralph Waldo Emerson, a orillas de la laguna Walden, en las proximidades de Concord, Massachusetts. Permaneció allí durante dos años, dos meses y dos días, si bien en su libro comprimió su experiencia en un tiempo narrativo de un único año. Entre sus demás obras se encuentran el famoso ensayo Desobediencia civil y Dos semanas en los ríos Concord y Merrimack, texto a medio camino entre la narrativa de viajes y la elegía (dedicada a su hermano John).
Los textos recogidos en Escribir (Una antología) no deben ser tomados como partes de un manual de escritura. No lo son, y ésa es una de sus mayores virtudes. Forman parte de un gran work in progress mediante el cual Thoreau pretendía concretar su filosofía de escritura. No son conclusiones, sino pasos para llegar a ellas, aproximaciones sucesivas. Por lo tanto las contradicciones que se dan entre unos fragmentos y otros, no hay que verlas como tales, sino como cambios en las opiniones del autor; las variaciones de punto de vista y las matizaciones, como acercamientos a opiniones definitivas; las reiteraciones, como manifestaciones de puntos ya claros. Y no debemos olvidar algo importante: la sinceridad de todo lo que Thoreau escribía. No mientas a tu diario, menciona en una de las entradas. Lo que Thoreau dice en este libro se lo está diciendo a sí mismo, tal como lo pensaba. No se está dirigiendo a nadie del exterior, no edulcora ni rebaja sus pensamientos para facilitar la comprensión del lector ni se guarda nada en la manga.
¿Y qué es lo que podemos encontrar en estos fragmentos de diario? Énfasis en el esfuerzo que requiere la escritura si se pretende que ésta sea veraz, amor por la naturaleza e invitación a la atenta observación de cuanto nos rodea (como no podría ser menos viniendo del discípulo aventajado de Emerson, padre del trascendentalismo), insistencia en la experiencia propia como primer tema para la escritura y en la búsqueda de un estilo caracterizado por una complicada conjunción de lo cuidado y lo natural. Pero por encima de todo encontramos a un gran escritor, comprometido con su labor y consciente de las responsabilidades que ésta conlleva, y que era capaz de hacer gran literatura incluso cuando escribía sobre la propia escritura y nadie más que él iba a disfrutar de ella. Afortunadamente, esto último no se ha cumplido.

En la literatura sólo nos atrae lo salvaje. La torpeza es otro nombre para la docilidad. Es el pensamiento indómito, incivilizado, libre y salvaje en Hamlet, en la Ilíada y en todas las escrituras y mitologías lo que nos deleita, lo no aprendido en las escuelas ni refinado y pulido por el arte. Un libro bueno de verdad es algo tal salvajemente natural y primitivo, misterioso y maravilloso, ambrosíaco y fértil como un hongo o un liquen. Supongamos que la rata almizclera o el castor se dedicaran a la literatura: ofrecerían nuevas perspectivas de la naturaleza. La falta de nuestros libros y de nuestras acciones es que son demasiado humanas. Quiero algo que hable en cierto modo de la condición de las ratas almizcleras y de las mofetas tanto como de la de los hombres, lejos de la cháchara complaciente y condescendiente de los filántropos.