sábado, 13 de mayo de 2017

¿DE QUÉ SIRVE EL PROFESOR?, UMBERTO ECO



 
Umberto Eco escribió una carta de amor a los buenos profesores: 
Compartimos una nota que Umberto Eco escribió para el diario La Nación, en el 2007.



¿En el alud de artículos sobre el matonismo en la escuela he leído un episodio que, dentro de la esfera de la violencia, no definiría precisamente al máximo de la impertinencia… pero que se trata, sin embargo, de una impertinencia significativa. Relataba que un estudiante, para provocar a un profesor, le había dicho: “Disculpe, pero en la época de Internet, usted, ¿para qué sirve?”



 El estudiante decía una verdad a medias, que, entre otros, los mismos profesores dicen desde hace por lo menos veinte años, y es que antes la escuela debía transmitir por cierto formación pero sobre todo nociones, desde las tablas en la primaria, cuál era la capital de Madagascar en la escuela media hasta los hechos de la guerra de los treinta años en la secundaria. Con la aparición, no digo de Internet, sino de la televisión e incluso de la radio, y hasta con la del cine, gran parte de estas nociones empezaron a ser absorbidas por los niños en la esfera de la vida extraescolar.


De pequeño, mi padre no sabía que Hiroshima quedaba en Japón, que existía Guadalcanal, tenía una idea imprecisa de Dresde y sólo sabía de la India lo que había leído en Salgari. Yo, que soy de la época de la guerra, aprendí esas cosas de la radio y las noticias cotidianas, mientras que mis hijos han visto en la televisión los fiordos noruegos, el desierto de Gobi, cómo las abejas polinizan las flores, cómo era un Tyrannosaurus rex y finalmente un niño de hoy lo sabe todo sobre el ozono, sobre los koalas, sobre Irak y sobre Afganistán. Tal vez, un niño de hoy no sepa qué son exactamente las células madre, pero las ha escuchado nombrar, mientras que en mi época de eso no hablaba siquiera la profesora de ciencias naturales. Entonces, ¿de qué sirven hoy los profesores?

He dicho que el estudiante dijo una verdad a medias, porque ante todo un docente, además de informar, debe formar. Lo que hace que una clase sea una buena clase no es que se transmitan datos y datos, sino que se establezca un diálogo constante, una confrontación de opiniones, una discusión sobre lo que se aprende en la escuela y lo que viene de afuera. Es cierto que lo que ocurre en Irak lo dice la televisión, pero por qué algo ocurre siempre ahí, desde la época de la civilización mesopotámica, y no en Groenlandia, es algo que sólo lo puede decir la escuela.

Y si alguien objetase que a veces también hay personas autorizadas en Porta a Porta (programa televisivo italiano de análisis de temas de actualidad), es la escuela quien debe discutir Porta a Porta. Los medios de difusión masivos informan sobre muchas cosas y también transmiten valores, pero la escuela debe saber discutir la manera en la que los transmiten, y evaluar el tono y la fuerza de argumentación de lo que aparecen en diarios, revistas y televisión. Y además, hace falta verificar la información que transmiten los medios: por ejemplo, ¿quién sino un docente puede corregir la pronunciación errónea del inglés que cada uno cree haber aprendido de la televisión?

Pero el estudiante no le estaba diciendo al profesor que ya no lo necesitaba porque ahora existían la radio y la televisión para decirle dónde está Tombuctú o lo que se discute sobre la fusión fría, es decir, no le estaba diciendo que su rol era cuestionado por discursos aislados, que circulan de manera casual y desordenado cada día en diversos medios −que sepamos mucho sobre Irak y poco sobre Siria depende de la buena o mala voluntad de Bush−. El estudiante estaba diciéndole que hoy existe Internet, la Gran Madre de todas las enciclopedias, donde se puede encontrar Siria, la fusión fría, la guerra de los treinta años y la discusión infinita sobre el más alto de los números impares. Le estaba diciendo que la información que Internet pone a su disposición es inmensamente más amplia e incluso más profunda que aquella de la que dispone el profesor. Y omitía un punto importante: que Internet le dice “casi todo”, salvo cómo buscar, filtrar, seleccionar, aceptar o rechazar toda esa información.



 Almacenar nueva información, cuando se tiene buena memoria, es algo de lo que todo el mundo es capaz. Pero decidir qué es lo que vale la pena recordar y qué no es un arte sutil. Esa es la diferencia entre los que han cursado estudios regularmente (aunque sea mal) y los autodidactas (aunque sean geniales).

El problema dramático es que por cierto a veces ni siquiera el profesor sabe enseñar el arte de la selección, al menos no en cada capítulo del saber. Pero por lo menos sabe que debería saberlo, y si no sabe dar instrucciones precisas sobre cómo seleccionar, por lo menos puede ofrecerse como ejemplo, mostrando a alguien que se esfuerza por comparar y juzgar cada vez todo aquello que Internet pone a su disposición. Y también puede poner cotidianamente en escena el intento de reorganizar sistemáticamente lo que Internet le transmite en orden alfabético, diciendo que existen Tamerlán y monocotiledóneas pero no la relación sistemática entre estas dos nociones.

El sentido de esa relación sólo puede ofrecerlo la escuela, y si no sabe cómo tendrá que equiparse para hacerlo. Si no es así, las tres I de Internet, Inglés e Instrucción seguirán siendo solamente la primera parte de un rebuzno de asno que no asciende al cielo.

Fuente: http://www.lanacion.com.ar/910427-de-que-sirve-el-profesor

viernes, 12 de mayo de 2017

Emily Dickinson Was Less Reclusive Than We Think






Emil

Never before have Emily Dickinson’s writings and belongings been brought together like this. Usually tucked away at various libraries and museums, the letters, daguerreotypes, and other ephemera are all under one roof for the first time at the Morgan Library & Museum. The constellation of objects in I’m Nobody! Who are you? The Life and Poetry of Emily Dickinson forms a new understanding of the poet. Mainly, it reveals a far more socially engaged Emily Dickinson than the recluse we’ve believed her to be. In fact, it might even debunk that myth.
Why does high school English introduce the poet as a recluse? Yes, Dickinson chose to socially withdraw in her late 30s, and it’s hard to say exactly why. But she was social before then, and as the many documents on view attest, remained so in some critical ways after her so-called seclusion.
So let’s dig deeper into the story before deciding whether that label is worth keeping. And let’s not pull punches — misogyny has disfigured how Dickinson’s story is told. We’re missing out on a fierce mind when we reduce her to a spinster perseverating alone in her room writing poems to the ether.

Cynthia Nixon and Jennifer Ehle in A Quiet Passion (image © A Quiet Passion/Hurricane Films/Courtesy of Music Box Films)

The new movie on Emily Dickinson, A Quiet Passionis also on a mission to rewrite the script. When Cynthia Nixon, playing Dickinson, waves her fan and laughs besides a friend, it’s dissonant with what many of us first learned about the poet. The film dramatizes the social web the Morgan exhibition documents with its letters and mementos. Viewing the film before exploring the exhibition is a great way to internalize that Dickinson did, in fact, have a life and — gasp — friends.
So why is Dickinson remembered for her solitude in such a one-dimensional way? Starting in her late 30s, she seldom left her father’s home, where she lived. She never married. And when she was seen about town, she always dressed in white. She started to speak to visitors through her bedroom door instead of face-to-face. When her father died, the funeral took place at the family home, but she remained in her room, creaked the door open, and just listened.
But there are other facts. Chief among them, Dickinson never stopped writing. And from that so-called seclusion, she regularly wrote and mailed letters to friends and family, some of which can be seen at the Morgan. She was prolific. Her famously preserved room was effectively a busy message dispatch center.

Emily Dickinson’s bedroom, featuring the floral wallpaper on view at the Morgan, at the Emily Dickinson Museum (photo by Michael Medeiros, image courtesy the Morgan Library and Museum)

Recluses don’t generally care enough about the outside world or other people to carry on such a voluminous correspondence or always appear in a signature white outfit, now do they? Perhaps, sequestering herself from society was a poetic and artistic choice, designed to attract attention by refusing it.
Dickinson was conscious of the mystery image she was crafting. She even wrote this untitled poem, most likely in 1861, about her persona:
A solemn thing –  it was – I said
A Woman – white – to be
And wear – if God should count me fit –
Her blameless mystery –
A hallowed thing – to drop a life
Into the mystic well –
Too plummetless – that it come back –
Eternity – until –
I ponder how the bliss would look –
And would it feel as big –
When I could take it in my hand –
As hovering – seen – through fog –
And then – the size of this “small ” life –
The Sages – call it small –
Swelled – like Horizons – in my vest –
And I sneered – softly – “small”!
There is something prophetic in that last stanza. Amherst townsfolk dismissed the poet’s life as small and pointless, and Dickinson softly sneered at all of them. She read Shakespeare and other great authors, tinkered with language for hours, and traded letters with publishers, which are on view at the Morgan.
So who was the Emily Dickinson behind this persona? It’s the burning question in this show. This gathering of objects gives us clues but few answers. The challenge is that we don’t have clear statements in her own words about the purpose of her seclusion, her thoughts on love, or the goals of her writing in the way that artists and writers make statements today. Much is left cryptic. So it makes it hard to definitely answer the big questions a reviewer or a biographer is supposed to answer. To make matters worse, after she died, her sister Lavinia Dickinson honored a deathbed wish and burned all the letters the poet had received from friends and family.

Photographer unknown, “Emily Dickinson” (ca. 1847), daguerreotype (Amherst College Archives & Special Collections, image courtesy Morgan Library and Museum)

Only one authenticated photographic image of Dickinson survives, and it’s on view at the Morgan. The daguerreotype, which dates to around 1847, required the poet at age 16 to sit still for a long time as the image developed. Because it’s the only authenticated image, it’s taken on an outsized role in representing the poet. Its rigidity and stoicism, likely caused by the daguerreotype process — no one can smile forever — has perpetuated her image as Puritan recluse. Even her siblings complained it was “too solemn, too heavy and that it had none of the play of light and shade in Emily’s face.”
The Morgan is also displaying another, recently discovered daguerreotype that fiercely divides scholars. Some experts believe this image shows Dickinson in her late 20s with Kate Turner, whom some believe was her lesbian lover but all can agree they were at least friends. We know for sure it’s Kate Turner because of comparison with other verified images. It’s harder to confirm the other woman is Dickinson because we only have that one image. It’s even harder to verify these two women had a romance. And when Turner sent her letters from Dickinson to the publishers, she sent copies and not originals. We will never know for sure if she redacted them. Though I’d be wary to make bold claims here and cast a woman who didn’t marry and departed from gender norms as a closeted lesbian. Her father was rich and tolerant enough that she didn’t have to marry to survive. She may have just wanted a room of her own.
“I am nobody, who are you?” Dickinson jests in her famous poem, after which the show is named. As the poem let’s on, mystique entices and intrigues us more than those who loudly flaunt their existence. Perhaps that explains part of the poet’s enduring appeal.
I’m Nobody! Who are you?
Are you – Nobody – too?
Then there’s a pair of us!
Don’t tell! they’d advertise – you know!
How dreary – to be – Somebody!
How public – like a Frog –
To tell one’s name – to the livelong June –
To an admiring Bog!

Emily Dickinson, Untitled (I’m Nobody! Who are you?) Poem in Fascicle 11 (ca. late 1861) (Houghton Library, Harvard University, image courtesy Morgan Library and Museum)

domingo, 7 de mayo de 2017

“Vamos regresando a un realismo de zanahoria”, Enrique Vila-Matas


Entrevista con el escritor español, quien presentó su libro “Mac y su contratiempo”.
Imagen de Enrique Vila-Matas, quien dice que su nuevo libro es una novela basada en diarios. / AFP
Mac y su contratiempo no encaja en un género visible. Quien lea el más reciente libro de Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) se encontrará con un personaje que diserta sobre aquello que escribiría si lograra reescribir el libro de su vecino. En esta novela, Vila-Matas vuelve a perder teorías y a seguir el apostolado de sus grandes maestros: Roussel y sus citas distorsionadas, Rossi y la ilusión de hacer de una anécdota limitada una “parábola atroz” y Gombrowicz tras las huellas de Bruno Schultz. El lector encontrará un diario de escritor (Mac) sobre otro escritor (Sánchez), el diario de quien busca reescribir el libro de un autor consagrado. El libro que quiere reescribir Mac es justamente el que Sánchez desprecia. Mac cree descubrir que ese desprecio se debe a que representa una época de narraciones etílicas de una vida bohemia, pero el desprecio etílico por las tramas, sorprendentemente, conlleva a una exaltación del estilo que hace saltar por los aires las teorías de lo que debe ser una novela. La obra se convierte en un gran comentario humorístico a ese libro, a la literatura, a la crítica de la literatura, a los nexos internos, a los diarios de escritor y en ese juego de espejos enfrentados regresa más clara la voz vilamatiana de sus historias emblemáticas: Doctor Pasavento, El mal de Montano. Vila-Matas llega a la Filbo para presentar Mac y su contratiempo.
Cuando el personaje Mac se refiere al margen de la corriente general, ¿se está refiriendo a los caminos excéntricos o a lo marginal, es decir a los temas marginales de la sociedad, por ejemplo tabúes, etc.?
Mac se refiere a los caminos fuera del centro, los recorridos literalmente excéntricos. Me parece que pretende alejarse lo máximo posible del poder literario y, por tanto, de la corriente general de la literatura, aunque sin alejarse excesivamente, no sea que acabe en el fango rencoroso de los escritores ineptos. Y también me parece que, en esos párrafos, Mac habla, si no me equivoco, del gran camino, que en modo alguno es el Mainstream, sino la gran avenida libre de la literatura, cada día un espacio más intensamente marginal.
¿Cuándo constató que el diario era un género literario? ¿Lleva un diario personal que después se convierte en una plataforma para la escritura? 
Seguramente lo constaté con el diario argentino de Witold Gombrowicz, que a su vez debió de constatar lo mismo al leer el diario de André Gide. En mi caso, llevo dos diarios desde 1985. Uno explícito; oculto, el otro. El primero es muy literario y he publicado alguna entrega ya de él, se llama Dietario voluble y hay ahí una personalidad inventada, una voz que habla en mi nombre. El otro diario está hecho de simples anotaciones. Aparece la realidad despojada de casi todo, la vida sin más del autor del diario, la vida sin adornos, sin complementos, sin artificios; la vida tal y como es, dura, ácida, seca, sin trama ni estilo. Es la vida sin interés, la vida sin literatura. Curiosamente, me enteré hace un año, mientras escribía Mac y su contratiempo, de que también Gombrowicz escribía dos diarios al mismo tiempo: uno explícito; oculto, el otro. Por un lado, estaba el diario, que acabó convirtiéndose en su obra maestra: un libro de profundo acento literario. Y, por el otro, Kronos, diario oculto que sólo se ha publicado años después de su muerte: la cara B, los “bajos fondos” de su obra maestra.
¿Qué diarios de autor ha leído recientemente?
Veinte líneas por día, de Harry Mathews. El magnífico diario (todavía inédito) de Alejandro Rossi. Los dos tomos hasta ahora publicados de Los diarios de Emilio Renzi, de Piglia.
Hay múltiples formas de personificar. Las personificaciones por situaciones, por viajes, por saltos de conciencia. En Mac y su contratiempo son los pensamientos de Mac lo que caracteriza a Mac, pero el sobrino de Sánchez parece más elaborado. ¿Esa voz que es la entrada de un diario, la voz de Mac como pretexto narrativo, es una respuesta a una cierta crisis del personaje? ¿Mac es un personaje o un comentarista de relatos?
Mac es una voz que es muchas voces al mismo tiempo. Y conviene recordar que escribo ficción desde un espacio que suelen ocupar, más bien, los ensayistas. La novela está escrita con la voz de un pensador que utiliza la narración como soporte para sus meditaciones. Y sí. Es cierto que el “sobrino odiador” se visibiliza perfectamente como personaje. Pero Mac creo que es un tipo con vida, sobre todo cuando está en la calle. En casa, piensa. En su casa, en su escritorio, se origina la novela, lo que me hace pensar en algo que me dijo Juan Tallón que le había dicho César Aira: “En literatura basta un hombre recluido en su casa y un tabique que separe su vida de la vivienda del vecino para escribir un gran libro”.
Hay un libro de cuentos que es antecedente directo de Mac: Una casa para siempre. ¿Mac es la extensión, treinta años después, de Una casa para siempre o el comentario elevado a forma narrativa?
Mi lector siempre está frente a dos libros: el que tiene en las manos y el que yo leía mientras estaba escribiendo y que no funciona nunca como un punto de mira, sino como un talismán. En Doctor Pasavento, el libro era uno cualquiera de Robert Walser. En El mal de Montano, estaba Blanchot. En Hijos sin hijos, Kafka… En Mac el libro es, por primera vez, uno mío, Una casa para siempre. Pero apenas llego a rozarlo. Una vez más, se trata sólo de un talismán, también de un punto de orientación que siempre acaba revelándose innecesario, aunque para entonces, para cuando descubro eso, el libro ya está felizmente terminado…
Las falsas referencias pueden funcionar como parodia y una parodia puede servir para homenajear o para ridiculizar. Hay una cita que Mac otorga a Sarraute, pero en otros libros se otorga a Duras. ¿Las citas literarias falsas son formas de enfatizar la ficción o una forma de quitar el velo o una forma del humor Vila-Matas? ¿Le han traído problemas las citas falsas?
Hice que Mac se equivocara en esa cita de un modo claro y también le hice equivocarse en otras cosas, como si el pobre quisiera estar a la altura del autor sin llegar a conseguirlo, a pesar de lo fácil que lo tenía. Pero es disculpable, hay que comprenderle: es un principiante, un abogado que cree que ha leído mucho y que no sabe qué hacer cuando descubre que su diario secreto lucha para no convertirse en novela. Volviendo al autor, las citas falsas desmienten que trabaje con demasiadas citas de otros. Y es que en algunos de sus últimos libros, más de la mitad de esas citas son falsas. Y parece que todavía no sabe por qué lo hace; a día de hoy, sigue siendo un misterio. Pero creo que a la larga esa manía de las citas le ha ido, precisamente, echando una mano en la creación de la obra, como si sigilosamente, con su aparente arbitrariedad, hubiera influido decisivamente en algunos de los extraños derroteros por los que se ha deslizado en los últimos libros.
¿Qué le molesta a E. V-M del realismo literario?
Que los realistas hispánicos sigan sin querer entender que lo auténtico siempre permanece en un estado fetichista; jamás se puede cruzar el espejo a su encuentro.
¿Observa algunas corrientes que van a provocar géneros literarios en lo entrado del siglo?
Creía que iríamos hacia una novela en la que prevalecería la forma ensayística: pensamiento mezclado con ficción; una novela de inteligencia superior al brillante realismo de Flaubert y de los demás grandes de la novela del XIX. Esperaba que hubiera más escritores originales, con propuestas audaces y que supieran tomar riesgos metaliterarios y vulnerar los límites entre géneros, escritores de carácter libertario y con capacidad de reinvención y de reinterpretación de la tradición... Pero el mundo me desdice a cada momento. Vamos regresando a un realismo de zanahoria y palo verde, en el que no hay estructura, no hay juego, no hay cruce de voces, como si no hubieran existido Bioy, Joyce, Rulfo o Piglia, por dar cuatro nombres. Yo creía que para este siglo estaba por venir una época en la que no sólo íbamos a dejar atrás por fin la anquilosada narrativa del pasado, sino que iríamos hacia una novela conceptual: un tipo de novela que recogería el intento de Marcel Duchamp, de reconciliar arte y vida, obra y espectador. Pero no; todo va hacia la confusión. Y encima es posible que yo esté contribuyendo también a ella.