sábado, 14 de enero de 2017

La verdadera lengua de la literatura, Ricardo Piglia


Ricardo Piglia
"Los libros hermosos están escritos en una especie de lengua extranjera."
Marcel Proust, Contre Sainte–Beuve
Entonces, si estuviese obligado a definirme en términos de lo que preguntaba Saer, habría que pensar en tradiciones regionales, entiendo por regionales encrucijadas lingüísticas, nudos culturales donde se puede encontrar el peso de ciertas historias y ciertas formas de narrar. De todas maneras, la cuestión es hasta dónde este tipo de determinaciones son pertinentes en el caso de la literatura. Hasta dónde la literatura sería una práctica que excede las tradiciones nacionales y las fronteras y escapa a los espacios políticos. Y si hablamos del relato futuro, tal vez tengamos que pensar en un tipo de escritura que va más allá de los ámbitos muy circunscriptos de las tradiciones políticas y lingüísticas. Una utopía en la que el tipo de lengua generada por la literatura es una lengua casi propia, que se aleja de los registros locales o nacionales. Creo que el Finnegans Wake de Joyce apuntaba en esa dirección, pese a que Joyce era un escritor rencorosamente irlandés y estaba muy atento a ese tipo de tradiciones. Podríamos pensar también en el relato futuro como un relato que se constituye en otro tipo de lengua. Una lengua que cambia como la verdadera lengua de la literatura. Una lengua que imprevistamente pasa del español al inglés o del inglés al alemán. Y quizás podríamos pensar el Finnegans como el primer texto que responde a esta suerte de movimiento posible, utópico, de una lengua que sería por fin la verdadera lengua de la literatura. Una lengua que no estaría trabajada por los recortes políticos y geográficos y que constituiría sus propias tradiciones. En este sentido podríamos imaginarnos la posibilidad del relato futuro.
Ricardo Piglia
Por un relato futuro
Conversaciones con Juan José Saer
***
Lo que hace la literatura en la lengua es más manifiesto: como dice Proust, traza en ella precisamente una especie de lengua extranjera, que no es otra lengua, ni un habla regional recuperada, sino un deve-nir–otro de la lengua, una disminución de esa lengua mayor, un delirio que se impone, una línea mágica que escapa del sistema dominante. Kafka pone en boca del campeón de natación: hablo la misma lengua que usted, y no obstante no comprendo ni una palabra de lo que está usted diciendo. Creación sintáctica, estilo, así es ese devenir de la lengua: no hay creación de palabras, no hay neologismos que valgan al margen de los efectos de sintaxis dentro de los cuales se desarrollan. Así, la literatura presenta ya dos aspectos, en la medida en que lleva a cabo una descomposición o una destrucción de la lengua materna, pero también la invención de una nueva lengua dentro de la lengua mediante la creación de sintaxis. «La única manera de defender la lengua es atacarla... Cada escritor está obligado a hacerse su propia lengua...». Diríase que la lengua es presa de un delirio que la obliga precisamente a salir de sus propios surcos. En cuanto al tercer aspecto, deriva de que una lengua extranjera no puede labrarse en la lengua misma sin que todo el lenguaje a su vez bascule, se encuentre llevado al límite, a un afuera o a un envés consistente en Visiones y Audiciones que ya no pertenecen a ninguna lengua. Estas visiones no son fantasías, sino auténticas Ideas que el escritor ve y oye en los intersticios del lenguaje, en las desviaciones de lenguaje. No son interrupciones del proceso, sino su lado externo. El escritor como vidente y oyente, meta de la literatura: el paso de la vida al lenguaje es lo que constituye las Ideas.
Estos son los tres aspectos que perpetuamente están en movimiento en Artaud: la omisión de letras en la descomposición del lenguaje materno (R, T...); su recuperación en una sintaxis nueva o unos nombres nuevos con proyección sintáctica, creadores de una lengua («eTReTé»); las palabras–soplos por último, límite asintáctico hacia el que tiende todo el lenguaje. Y Céline, no podemos evitar decirlo, por muy sumario que nos parezca: el Viaje o la descomposición de la lengua materna; Muerte a crédito y la nueva sintaxis como lengua dentro de la lengua; Guignol's Band y las exclamaciones suspendidas como límite del lenguaje, visiones y sonoridades explosivas. Para escribir, tal vez haga falta que la lengua materna sea odiosa, pero de tal modo que una creación sintáctica trace en ella una especie de lengua extranjera, y que el lenguaje en su totalidad revele su aspecto externo, más allá de la sintaxis. Sucede a veces que se felicita a un escritor, pero él sabe perfectamente que anda muy lejos de haber alcanzado el límite que se había propuesto y que incesantemente se zafa, lejos aún de haber concluido su devenir. Escribir también es devenir otra cosa que escritor. A aquellos que le preguntan en qué consiste la escritura, Virginia Woolf responde: ¿Quién habla de escribir? El escritor no, lo que le preocupa a él es otra cosa.
Gilles Deleuze
Literatura y vida
Foto: Ricardo Piglia, recientemente fallecido

miércoles, 11 de enero de 2017

Luis Alberto de Cuenca: "Algunos izquierdistas de hoy se parecen a los absolutistas"






Tan incorrecto, a su modo, es Luis Alberto de Cuenca, que a las nueve y media de la mañana ya está trajeado y de punta en blanco, en su piso -cueva ¿o baticueva?- del barrio de Salamanca, dispuesto a charlar con sonriente amabilidad y, a ser posible, erráticamente, con tal de encontrar asuntos divertidos y personales sobre los que tratar.
Nos rodean más de 30.000 libros, que se dice pronto, entre los cuales están los Esbozos pirrónicos, del griego y escéptico Sexto Empírico, libro que De Cuenca, miembro también de la Real Academia de la Historia y profesor de investigación del CSIC, me recomienda encarecidamente sin anestesia y sin haber tomado un segundo café. Durante la charla, de pronto se levanta, y veo que es para corregir la posición de un objeto -entre los innumerables que atestan la oscura habitación- que está torcido cinco metros más allá. Me río. "Es importante cuidar estas cosas", dice. Y nos reímos, aunque él se confiesa afligido por la fatal suerte de su "ídola", la princesa Leia. Eso no impedirá que, más tarde, tras declarar que no lee periódicos y que sólo se informa por el teletexto, reconozca no desdeñar un vistazo a las chicas fotografiadas en el As.

Sus respuestas a algunas preguntas del cuestionario parecen indicar que usted ve la situación actual de España con pesimismo. Mira que decir que el presente es nuestro peor hecho histórico... 
Es que no veo que haya ahora una empresa común a todos los españoles. Por ningún lado, ni a izquierda, ni a derecha, ni en el centro, veo un proyecto común sólido y estable. La Monarquía, tal vez sea el único referente. Vi el discurso del Rey y me gustó mucho... Pero, claro, es un referente borroso, en la medida en que no es común, muchos no lo aceptan. Y me horroriza que nuestra sociedad, como toda la occidental en su conjunto, esté bajo el yugo de la corrección política, que avanza frenéticamente y nos quita libertades en progresión geométrica. Nunca hemos tenido menos libertades que en el reino de la corrección política. 
No es poco, incluso es demasiado lo que dice. ¿Pero sólo por eso es tan lamentable el presente? 
Hombre, y si me permite, porque éste es mi presente. Pessoa decía eso de que como estoy mal en Lisboa, me voy a Sintra, y cuando esté en Sintra, pensaré que estaba mejor en Lisboa. El presente es malo porque vivo en él. No es que sea peor que hace 100 o 150 años, pero es lamentable porque lo estoy padeciendo yo ahora. 
¿Y qué pasado fue mejor? 
En mi peripecia biográfica, cualquier otro en el que no tuve los 65 años que tengo ahora y en el que tenía toda la vida por delante... 
Ya. Me refería al pasado de España... 
Me gusta mucho la reunión de los reinos peninsulares con los Reyes Católicos. Me parece un gran momento, en el que se aunaron esfuerzos de todos con un proyecto... También me gusta la España de Carlos III y Carlos IV, con los ministros ilustrados, con la luz abriéndose paso entre las tinieblas hasta que llegó el ominoso Fernando VII. Sin embargo, el XIX y el XX me gustan muy poco en general, excepción hecha del periodo que comenzó con la muerte de Franco, yo tenía 24 años, un momento hermoso, el de la Transición, con muchas ilusiones compartidas, con mucho que hacer en común. 
El proyecto común (más o menos) era entonces la democracia. Con la democracia establecida, parece que no resulta fácil encontrar un propósito para todos... 
La expectativa se ha cumplido, sí, pero no basta. Los americanos, los ingleses o los alemanes, con democracias más consolidadas que la nuestra, nos dan ejemplo, pese a las diferencias entre partidos, de que están embarcados en algo común. Se ve en los Juegos Olímpicos, por ejemplo, cuando sus deportistas ganan medallas, cómo sienten los colores, y no son unos fascistas... Aquí nadie siente nada, salvo cuatro o cinco que lo dicen, y algunos de ésos han nacido en Cuba o no sé dónde... El único país del mundo en el que la bandera no se puede exhibir y festejar con normalidad es el nuestro, porque se dice, mal dicho, que es patrimonio de un determinado color político, y eso es lamentable. 
Precisamente el deporte, en especial ante el televisor en ocasiones señaladas, sí parece ser una ilusión común de los españoles... 
Pero yo me acuerdo de que, en los Juegos de Barcelona, con el separatismo ya extendido -aunque menos que ahora-, en el estadio olímpico ondeaban muchas banderitas españolas en la final de fútbol, y supongo que muchas las llevaban catalanes... La gente quiere misiones comunes, aunque sea airear la pertenencia a una comunidad, lo cual es relativo, porque sólo pertenecemos a la comunidad humana. 
Al hablar de falta de proyecto, hemos terminado hablando del sentimiento de pertenencia. Volvamos al proyecto. ¿Mejorar la democracia?, ¿profundizar en los valores constitucionales?, ¿cuál?... 
La democracia, jurídicamente, está perfectamente estatuida y definida. Muchos de los que dicen que hay que profundizar en la democracia, cambiando ciertas reglas, lo que quieren es romperla... ¿Un proyecto? Estaría muy bien que nos implicáramos mucho más en la tribu hispánica, a la que pertenecemos y que incluye, por supuesto, a los portugueses. Camoens, el gran poeta, ya habló de las Españas. Tenemos que implicarnos más en la línea que ya viene de la Hispania romana, de Iberia... 
Veo que cita usted a Pessoa y a Camoens, a Iberia... ¿No será usted iberista? 
Totalmente iberista, por supuesto. Ahora somos dos estados, pero podía haber perfectamente uno sólo, con sus partes diferenciadas. La unidad política sería muy deseable, así piensan también más de un 30 % de los portugueses. Aquí no, aquí somos muy brutos e ignoramos a quienes tenemos al lado, les vemos como parientes pobres, y eso es un error monstruoso. Me interesa mucho la cultura portuguesa, es extraordinaria, en literatura y en todo. Y ni siquiera me gusta hablar de portugueses y españoles, todos somos hispánicos. 
Entonces, volviendo a lo de antes, ¿no es partidario de reformar la Constitución? 
Las constituciones se pueden reformar, no soy inmovilista, pero creo que no ha llegado el momento de reformar la nuestra. Y, menos aún, de reformarla para dinamitarla. 
Unos critican severamente la Transición. Otros dicen que abrió las mejores cuatro décadas de la historia de España. De ser esto último cierto, ¿cree que se está yendo al garete toda una época? 
No sé si se está yendo, pero tengo el temor de que se vaya al garete. Pero, en fin, creo que seremos capaces de reconstruir el espíritu que animó la Transición y que todo esto que estamos viviendo quedará en una pesadilla. 
Ahora le sale el optimista. Pero volvamos al pesimista. Dice en el cuestionario que el potencial de nuestro presente es escaso, tirando a nulo... 
Bueno, quizás el día en el que respondí al cuestionario había conocido una noticia desastrosa, todo se puede matizar... Creo que el buen espíritu volverá a brillar, que habrá otra vez entendimiento, como muy bien pedía el Rey en su discurso navideño. 
Y si, en verdad, el presente español tiene algún potencial, ¿dónde lo detecta usted? 
Pues, mire, en el terreno cultural y creativo, por ejemplo. En la literatura, en el cine, en el arte... Hay muy buen material para alumbrar otro Siglo de Oro, aunque decir esto quizás sea exagerado. En nuestro Siglo de Oro, no olvidemos, estábamos en total bancarrota económica, y, sin embargo, ahí estaban un Lope de Vega, un Calderón... Soy muy optimista con la cultura española. 
Le confieso que me había hecho a su pesimismo. Hasta los críticos dicen que sus últimas entregas poéticas, como Cuaderno de vacaciones (2014, Premio Nacional de Poesía) son más pesimistas e, incluso, nihilistas... 
Ja ja... nihilista, siempre. El nihilismo es una constante en mi poesía. En mis comienzos, a los 20 años, publiqué un cuadernito de poemas en Málaga -no me viene el nombre de la editorial, la cabeza ya no funciona igual-, que se titulaba precisamente Nihil. De todas maneras, si se lee bien Cuaderno de vacaciones, se verá que hay una mezcla de celebración y de un hundimiento. Samuel Beckett, que me interesa mucho y siempre vio todo horroroso, sólo ha habido uno, hombre. Pero cuando vas cumpliendo años, y los ataques de pánico son cada vez más frecuentes, pues...
Y dice que la cultura es el mayor potencial del presente español... 
Es que lo veo en mis viajes por medio mundo, que, por cierto, cada vez me apetecen menos... Veo que la cultura española no desmerece nada. Al contrario, incluyendo a los países más cercanos. La poesía francesa, por ejemplo, está sojuzgada todavía por una vanguardia aburridísima, muy antigua, que tuvo sentido cuando Breton, el surrealismo, el dadaísmo y todo eso. Otros están todavía con Whitman, con la cosa cósmica y bíblica, pero eso ya lo siguió Saint-John Perse. En Hispanoamérica tienen muy implantado, claro, el barroco. Yo postulo el clasicismo, y en España se está haciendo un neoclasicismo que, en el buen sentido, es mucho más moderno y audaz. 
Y cuando usted va, o iba, por esos países, ¿nota o notaba la presencia efectiva de la literatura, el cine, el arte o el teatro españoles? 
No, no tanto. Ahí sigue habiendo un déficit, no existe la proyección ideal que debería tener nuestra cultura por ahí afuera. Estamos muy encerrados, incluso en el ámbito hispánico, donde seguimos siendo demasiado impermeables entre países hermanos. Aunque, ojo, nosotros crecimos, por la censura franquista, leyendo libros editados en México y Argentina, y ahora, en esos países, los escasos que, como aquí, compran libros, compran libros de editoriales españolas. Pero no, no se compadece el nivel de nuestra creación cultural con el nivel de su difusión por ahí. 
Usted, liberal confeso, ocupó puestos de responsabilidad cultural en gobiernos del PP, en los que, sin duda, tuvo que reflexionar sobre el papel del Estado en el terreno de la cultura. ¿Cuáles fueron sus conclusiones?
Pues que el Estado debe apoyar los grandes contenedores culturales, subvenir a sus necesidades, y nunca suplantar a las iniciativas privadas. El Prado, la Biblioteca Nacional, el Reina Sofía, el Auditorio Nacional, el Teatro Real, el Centro Dramático Nacional, etc, etc. deben contar con el apoyo del Estado, pero siempre incentivados a que operen como empresas y procuren, con el Estado detrás, su autofinanciación. El Prado, de cuyos patronato y comisión permanente tengo el honor de formar parte, ha pasado de autofinanciarse al 45% a hacerlo al 75%, y eso está bien. 
Es pensamiento liberal puro, el suyo. Leí ese dato que me comenta en una conversación de Antonio Lucas con Miguel Zugaza, y el director saliente del Prado se dolía de ese esfuerzo de autofinanciación... 
Ja ja... sí, comprendo a Zugaza si me pongo en su lugar, el esfuerzo sobrehumano que ha hecho, en medio de una crisis económica que ha perjudicado al Prado, pero tiene que estar orgulloso, porque ése es el camino correcto, sobre todo cuando estemos hablando de un tiempo normal, neutro, no golpeado por la crisis. 
¿Y qué más tiene que hacer el Estado por la cultura? 
Pues velar por el patrimonio histórico-cultural. Eso es importantísimo. Según la Unesco, estamos entre los países a la cabeza del mundo en patrimonio, y, a veces, nos han clasificado por delante de Italia, lo cual, entre nosotros, me parece un poco excesivo. Nunca se gastará lo suficiente en el patrimonio. Hay, además, que crear conciencia de que lo antiguo no es "viejo". Aquí no hemos tenido respeto al pasado ni durante el franquismo, que parece que le pegaba. En vez de restaurar y reacondicionar, si se podía tirar algo antiguo se tiraba y, tan contentos, se hacía una cosa nueva. Eso es un error gravísimo de cara a la formación y al disfrute de las nuevas generaciones. ¿Ha visto usted restaurada la catedral de Burgos? Es impresionante, una maravilla, ha quedado inmaculada, es como volver al siglo XIII. Lo más importante que hemos hecho los europeos durante siglos son las catedrales, y hay que conservarlas en perfecto estado de revista. 
Usted no se corta a la hora de definirse como conservador, además de como liberal, en todos los sentidos... 
Yo soy conservador-liberal, sí, porque soy un tipo escéptico. Un conservador es alguien que se pregunta por las cosas dudando siempre. Dudar es fundamental. El viejo Borges, faro de mi vida en tantas cosas, decía algo así: "si acaso seré conservador solamente a fuer de escéptico". El antagonismo, al modo del XIX, entre conservadores y liberales ya no existe. El conservadurismo del XIX yo lo veo ahora en el pensamiento de alguna izquierda española, que continúa creyendo en dogmas y en verdades inmutables. Algunos izquierdistas de hoy se parecen a los absolutistas, incluso a los más inmovilistas que hubo en tiempos de Franco.

martes, 10 de enero de 2017

Texto de Antonio Rabazas Romero sobre Berger





Albert Camus comienza “El extranjero” con estas palabras:
"Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. El telegrama del asilo decía 'Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias'. Pero no quiere decir nada. Podría haber sido ayer".
He recibido la noticia de la muerte de John Berger de la misma forma, solo cambia el medio, en vez de telegrama, ha sido un mensaje de WhatsApp.
En su Cuaderno de Bento, Berger cuenta con sumo detalle el proceso de dibujar de unos lirios, nos habla de donde están:
"pegados al muro sur de cierta casa"
De su tamaño:
"Tienen un metro de alto más o menos, pero como están empezando a florecer, se curvan por el peso de las flores. Cuatro por cada tallo."
Hasta del tiempo que hace en ese preciso momento:
"Hace sol. Estamos en mayo. Toda la nieve a una altitud inferior a 1.500 metros se ha fundido."
Describe sus colores aunque nunca se reflejarán en el dibujo:
" Sus colores son un oscuro carmesí con tintes marrones, amarillos, blancos y cobre: los colores de los instrumentos de una banda de música tocados con cierta desgana. Los tallos, los cálices y los sépalos son de un verde desvaído, como de óxido de cromo."
Comienza a describir los instrumentos con los que dibuja:
"Dibujo con tinta negra (Sheaffer), aguada y saliva, utilizando un dedo por pincel."
y el soporte:
"tengo unas cuantas hojas de papel de arroz chino, que es ligeramente coloreado. Lo escogí precisamente por sus tonos cereal. Puede que luego rasgue alguna para sacar formas que utilizaré a modo de collage. Tengo un tubo de cola, por si me hiciera falta. También tengo a mi lado en la hierba una cera de color amarillo fuerte que cogí de una caja de la marca Giotto, unas ceras para niños." 
Berger escribe lentamente, recreándose en el proceso, tal y como dibuja:
"Cuando uno se pone a dibujar, pierde el sentido del tiempo, de tanto que se concentra en las escalas del espacio."
y reflexiona sobre el acto de observar para dibujar:
"En un momento dado, si no decides abandonar el dibujo que estás haciendo y empezar uno nuevo, la mirada contenida en lo que estás midiendo e invocando en el papel cambia."
Para después, detenerse en lo dibujado:
"Al principio, interrogas al modelo (los siete lirios) a fin de descubrir líneas, formas y tonos que puedas trazar en el papel. El dibujo acumula las respuestas. Asimismo, conforme vas interrogando a las primeras respuestas, el dibujo va acumulando, claro está, correcciones. Dibujar es corregir. " 
Berger se recrea en el proceso del dibujo paso a paso, describiendo primero las dudas sobre si esos trazos que van apareciendo sobre el papel son lirios:
"Si tienes suerte, llegará un momento en el que la acumulación se convierta en una imagen, es decir, que dejará de ser un montón de signos y se transformará en una presencia. Una presencia un tanto tosca, pero una presencia. Es entonces cuando cambia tu mirada. Y empiezas a inquirir de esa presencia tanto como del modelo." 
Después toma conciencia del dibujo como lenguaje en el que interviene el contexto del objeto, el papel y todas las decisiones sobre los rastros de líneas que se van acumulando: "
¿Cómo te pide que la modifiques para ser menos tosca? Miras atentamente el dibujo y vuelves una y otra vez a recorrer con la mirada los siete lirios buscando no ya su estructura, sino lo que irradian, su energía. ¿Cómo interaccionan con el aire que los envuelve, con el sol, con el calor que se desprende del muro de la casa? Dibujar ahora significa restar tanto como sumar. Implica tanto el papel como las formas dibujadas en él. Utilizo el cúter, el lápiz, la cera amarilla, saliva. No puedo apresurarme." 
De nuevo constata la necesidad de parar el tiempo, de dilatarlo, de deleitarse en la tarea:
"Me tomo mi tiempo, como si dispusiera de todo el del mundo. Tengo todo el tiempo del mundo. Y en esta creencia, sigo haciendo correcciones mínimas, una tras otra, tras otra, a fin de hacer la presencia de los siete lirios un poco más cómoda y, por lo tanto, más palpable. Todo el tiempo del mundo." 
Para revelar al fin que el motivo último de este dibujo es honrar y recordar, ofreciendo una parte de su tiempo a una buena amiga:
"En realidad, tengo que entregar el dibujo esta noche. Lo he hecho para Marie-Claude, que murió hace dos días, a los cincuenta y ocho años, de un infarto.
Esta noche colocarán el dibujo en algún lugar de la iglesia, cerca del ataúd, que se abrirá para quienes quieran ver a Marie-Claude por última vez. Mañana es el funeral. Entonces, el dibujo, enrollado y atado con una cinta, irá, junto con las flores de verdad, sobre su ataúd, y será sepultado con ella.
Quienes dibujamos no sólo dibujamos a fin de hacer algo visible para los demás, sino también para acompañar a algo invisible hacia su destino insondable."
John Berger, Cuaderno de Bento, pp.15-17. 
Hasta pronto John, allá donde hayas ido... nos traes una especie de paz.

domingo, 8 de enero de 2017

Una librería en la que se puede pasar la noche



La suya es una de esas calles que a todo el mundo suena pero casi nadie ubica: Campomanes. De espacio fértil a la intimidad, Desperate Literature está hecha de recovecos, al igual que las personas y también que los libros. Una librería como un organismo vivo, como hogar, con su cocinilla estrecha, su colchón en el suelo de la habitación dedicada a la ficción, su escritorio y sus paredes que sujetan libros hasta el techo. 
En verano, ofrecen agua con lima y hielo. En invierno, té en vasos pequeños -rápidamente esto se ha hecho cuento- y salientes en las esquinas que aparecen para posarlos. Escaleras, carteles que informan, el rincón de los niños, los distintos idiomas. Librería tesoro con mapa en la entrada del laberinto.
Hermanada con otros cuerpos literarios en Santorini (Atlantis Books) y Nueva York (Book Thug Nation y Human Relations), las personas que acogen, sonríen y conversan en Desperate Literature son Terry Craven y Charlotte Delattre, hasta 2014 libreros en la parisina Shakespeare and Company. Corrió la voz de que la antigua librería de la calle Campomanes, Petra, cerraba. Y comenzó este relato.
«Nos interesan los libros raros, nuevos y de segunda mano, de ficción, poesía, ciencia-ficción... Mantenemos secciones de filosofía, historia, arte, ciencia, sociología, religión y música en los tres idiomas de nuestra librería: inglés, francés y español», explica a EL MUNDO Charlotte. Pero si este es un lugar de cuento no es sólo porque alberga libros. También acoge personas, al igual que la parisina Shakespeare and Company: «Escritores viajeros» que, «a cambio de un par de horas de trabajo al día, pueden dormir en la habitación de la ficción».
«Nada glamuroso, tan sólo un colchón, pero acogedor. Somos exigentes a la hora de recibir visitas porque compartimos con ellas las 24 horas del día, organizamos abundantes comidas para todos, normalmente se trata de gente joven y entusiasta con pasión por la lectura. Les pedimos dos cosas: que dejen en la librería algo permanente y algo que no lo sea. Queremos que dejen algo de sí, algo que dure, una planta, un poema, y algo volátil como un abrazo o una comida», detalla.
¿Y los que se acercan a comprar? No tiene Desperate Literature un cliente tipo. Se acercan «estudiantes, vecinos, excéntricos, coleccionistas. Resulta tranquilizador que haya lectores españoles que se acerquen hasta aquí para adquirir su literatura anglófona», reconoce Charlotte. 
Uno de esos escritores para quien esta librería es importante es el poeta Hasier Larretxea: «A mí lo que me gusta de la librería es su calidez, el trato tan cercano de los libreros, Terry y Charlotte, y que sea hogar y librería, un espacio donde rezuma su energía». Larretxea destaca sus «ediciones artesanales», su «colección de libros de segunda mano y el ciclo de poesía coordinado por James Womack».
«Hay espacio para cantautores y para la música internacional. Es de admirar el cuidado y el esmero con el que cuidan y realizan cualquier acción, cartel, diseño o actividad y la calidez que emana la librería como punto de encuentro», considera este navarro.
«Pequeña y grande a la vez», así define el escritor y editor británico afincado en Madrid James Womack este lugar preciado. «Terry y Charlotte son dos personas muy profesionales, muy inteligentes, y es evidente que para ellos la librería no es sólo un trabajo o una manera de ganar un sueldo, sino un proyecto que es una reflexión íntima de sus personalidades. Cuando entras en la librería, tienes la impresión de que estás en un espacio cuidado, amado, donde el catálogo no es sólo una colección de los libros que han llegado a la librería por casualidad, sino algo pensado, organizado», cuenta Womack, responsable también de la editorial Nevsky.
Por si fuera poco, la librería es rentable. «Desde que abrimos hemos sido afortunados y la tienda no ha parado de crecer pero no se trata sólo de las ventas sino de generar una comunidad alrededor», matiza Charlotte, que en la foto de arriba posa junto a la máquina de escribir que, en Desperate Literature, invita a todos a escribir poemas. Un cajón del escritorio alberga los versos de los clientes valientes que se atrevieron a hacerlo, y quién sabe si, en el futuro, los pliegos sueltos se conviertan en una antología poética de quienes un día se sentaron en esta silla.