viernes, 14 de octubre de 2016

CASA VACÍA Paul B. Preciado




Vivo en Atenas en una casa que puedo llamar mía por primera vez en más de dos años. No la poseo. No es necesario. Simplemente la uso. La experimento. La celebro. Después de haber pasado por tres casas en calles y barrios diferentes –Philopapou, Neapoli, Exarchia– y por una docena de hoteles –de los que recuerdo sobre todo los pájaros cantando por la mañana en el Orion, en la colina de Streffi–,  me decido, no sin dificultad, a firmar un contrato de alquiler. 
Al principio y durante más de un mes habito en una casa vacía. Desprovista de todo mueble, una casa es únicamente una puerta, un techo y un suelo. Por un retraso en el envío de la cama (algo habitual en Grecia), me veo obligado a dormir por algo más de dos semanas en un apartamento totalmente vacío. Las caderas se clavan en la madera por la noche y me despierto entumecido. Sin embargo, la experiencia es inaugural, estética: un cuerpo, un espacio. A veces me desvelo a las tres de la mañana y dudo, tumbado sobre el suelo, de si soy humano o animal, de este siglo o de cualquier otro, si existo o si sólo tengo materialidad en la ficción. La casa vacía es el museo terrícola del siglo XXI y mi cuerpo –desnudo, sin nombre, mutante y desposeído– es la obra. 
En una casa vacía se pone de manifiesto que un espacio doméstico es una escena expositiva en la que la subjetividad es presentada como obra. Paradójicamente, cada uno es exhibido dentro de una escena privada. “Detesto las audiencias”, decía el pianista Glenn Gloud. En 1964, a los 32 años, en el culmen de su carrera, dejó los auditorios y se retiró para siempre a un estudio de grabación para hacer música. Una casa vacía es algo así: un estudio donde se graba la vida. Con la única salvedad de que nuestra subjetividad es al mismo tiempo la música, el instrumento que la produce y la máquina de grabación. 
Al principio pienso que el apartamento sigue vacío debido a una confluencia de circunstancias: el exceso de trabajo, la falta de tiempo y la falta también de propiedades que puedan ser acumuladas en ese espacio. Solo tengo la ropa (vaqueros APC, camisas blancas o azules, chaquetas de fieltro, zapatos negros), la indispensable maleta, algunos libros y tres docenas de cuadernos, que por sí solos constituyen una escultura independiente en el espacio, indicando la traza de un culto o quizás de una patología. 
Tardo en darme cuenta de que la razón por la que me obstino en mantener ese espacio vacío no es fortuita: he establecido una relación sustantiva entre mi proceso de transición de género y mis modos de habitar el espacio. Durante el primer año de la transición, mientras los cambios hormonales esculpían mi cuerpo como un cincel microscópico que trabaja desde dentro, sólo pude vivir en nomadismo. Cruzar fronteras con un pasaporte que apenas me representa era entonces una forma de intensificar el tránsito, de certificar la mudanza. Ahora, por primera vez, puedo parar. A condición de que la casa esté vacía: de suspender las convenciones tecno-burguesas de la mesa, el sofá, la cama, el ordenador, la silla. El cuerpo y el espacio se enfrentan sin mediaciones. Así, frente a frente, el espacio y el cuerpo no son objetos. Sino relaciones sociales. 
Mi nuevo cuerpo trans es una casa vacía. Disfruto del potencial político de esta analogía. Mi cuerpo trans es un apartamento de alquiler sin mueble alguno, un lugar que no me pertenece, un espacio sin nombre –espero aún el derecho a ser llamado por el Estado, espero y temo la violencia de ser nombrado. Habitar una casa completamente vacía devuelve a cada gesto su carácter inaugural, detiene el tiempo de la repetición, suspende la fuerza interpelativa de la norma. Me descubro corriendo alrededor de la casa, o caminando de puntillas mientras como, tumbado en el suelo con los pies apoyados en la pared para leer o reclinado sobre el alféizar de la ventana escribiendo. La deshabituación se extiende a cualquier otro cuerpo que entra en ese espacio: cuando ella viene a verme a penas podemos hacer algo que no sea mirarnos, estar de pie cogidos de la mano, tumbarnos o hacer el amor. 
La belleza de esa singular experiencia que podríamos llamar de  “desmueblamiento” me hace preguntarme por qué nos apresuramos a amueblar las casas, por qué es necesario saber de qué género somos, qué sexo nos gusta. Ikea es al arte de habitar lo que la heterosexualidad normativa es al cuerpo deseante. Una mesa y una silla son una pareja complementaria que no admite preguntas. Un armario es un primer certificado de propiedad privada. Una lámpara junto a una cama es ya un matrimonio de conveniencia. Un sofá frente a un televisor es una penetración vaginal. Una cortina sobre una ventana es la censura antipornográfica que se alza a la caída del sol. 
El otro día mientras hacíamos el amor en esa casa vacía ella me llamó por mi nuevo nombre y añadió: “Nuestro problema es la mente. Nuestras mentes luchan, pero nuestros espíritus y nuestros cuerpos están en perfecta armonía”.  Minutos después, mientras mi pecho se abría para respirar algunos átomos más de oxígeno y mi córtex cerebral adquiría la consistencia del algodón, sentí que mi cuerpo se disolvía en el espacio vacío y que mi mente, autoritaria y normativa, casi muerta, se rendía frente a mi espíritu. 

miércoles, 12 de octubre de 2016

Allen Ginsberg Aullido (fragmento)



He visto las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura, histéricos famélicos muertos de hambre arrastrándose por las calles, negros al amanecer buscando una dosis furiosa, cabezas de ángel abrasadas por la antigua conexión celestial al dínamo estrellado de la maquinaria de la noche, quienes pobres y andrajosos y con ojos cavernosos y altos se levantaron fumando en la oscuridad sobrenatural de los departamentos con agua fría flotando a través de las alturas de las ciudades contemplando el jazz.
Quienes expusieron sus cerebros al Cielo, bajo El y vieron ángeles Mahometanos tambaleándose en los techos de apartamentos iluminados.
Quienes pasaron por las universidades con ojos radiantes y frescos alucinando con Arkansas y la tragedia luminosa de Blake entre los estudiantes de la guerra.
Quienes fueron expulsados de las academias por locos por publicar odas obscenas en las ventanas del cráneo.
Quienes se encogieron sin afeitar y en ropa interior, quemando su dinero en papeleras y escuchando el Terror a través de las paredes.
Quienes se jodieron sus pelos púbicos al volver de Laredo con un cinturón de marihuana para New York.
Quienes comieron fuego en hoteles coloreados o bebieron trementina en Paradise Alley, muerte, o purgaron sus torsos noche tras noche con sueños, con drogas, con pesadillas despiertas, alcohol y verga y bolas infinitas, ceguera incomparable; calles de nubes vibrantes y relámpagos en la mente saltando hacia los polos de Canadá y Paterson, iluminando todas las palabras inmóviles del Tiempo, sólidos peyotes de los vestíbulos, amaneceres en el cementerio del árbol verde, ebriedad del vino en los tejados, puestos municipales el neón estridente luces del tráfico parpadeantes, vibraciones del sol, la luna y los árboles en los bulliciosos crepúsculos de invierno de Brooklyn, estrepitosos tarros de basura y una regia clase de iluminación de la mente.
Quienes se encadenaron a sí mismos a los subterráneos para el viaje infinito desde Battery al santo Bronx en benzedrina hasta que el ruido de las ruedas y niños empujándolos hacia salidas exploradas estremecidas y desiertos golpeados de cerebros absolutamente secos de esplendor en la melancólica luz del Zoo.
Quienes se hundieron toda la noche en la luz submarina de Bickford's emergidos y sentados junto a la añeja cerveza después del mediodía en el desola'do Fugazzi's, escuchando el crujido del destino en la caja de música de hidrógeno.
Quienes hablaron setenta horas seguidas desde el parque a la barra a Bellevue al museo al Puente de Brooklyn, batallón perdido de conversadores platónicos bajando de espaldas las escaleras de escape de los alfeizares del Empire State lejos de la luna, gritando incoherencias, vomitando susurrando hechos y recuerdos y anécdotas y patadas en la bola del ojo y traumas de hospitales y cárceles y guerras, intelectos enteros disgregados en amnesia por siete días y noches con ojos brillantes, carne para la Sinagoga arrojada al pavimento.
Quienes se desvanecieron en ninguna parte de Zen New Jersey dejando un reguero de ambiguas postales ilustradas de Atlantic City Hall, sufriendo sudores orientales y artritis Tangerianas y jaquecas de China bajo la basura en las salas sin muebles de Newark.
Quienes dieron vueltas y vueltas en la medianoche por el patio de trenes preguntándose adónde ir, y fueron, sin dejar corazones rotos.
Quienes prendieron cigarrillos en vagones traqueteando por la nieve hacia granjas solitarias en la noche del abuelo.
Quienes estudiaron a Plotino, Poe, San Juan de La Cruz, telepatía y cábala debido a que el cosmos instintivamente vibraba en sus pies en Kansas.
Quienes solos por las calles de Idaho buscaban ángeles indios visionarios que fueran ángeles indios visionarios.
Quienes pensaban que sólo estaban locos cuando Baltimore destellaba en éxtasis sobrenatural.
Quienes saltaron a limusinas con el Chinaman de Oklahoma impulsados por la lluvia de los pequeños pueblos a la luz callejera de la medianoche del invierno.
Quienes haraganeaban hambrientos y solos por Houston buscando jazz o sexo o sopa, y siguieron al brillante español para conversar sobre América y la eternidad, una tarea sin esperanza, y tomaron un barco para Africa.
Quienes desaparecieron en los volcanes de México dejando tras suyo nada excepto la sombra del estiércol y la lava y la ceniza de la poesía quemada en Chicago.
Quienes reaparecieron en la Costa Oeste investigando el F.B.I. en barbas y pantalones cortos con grandes ojos pacifistas atractivos en su oscura piel entregando incomprensibles folletos.
Quienes se quemaron sus brazos con cigarros encendidos protestando contra la bruma narcótica del tabaco del Capitalismo.
Quienes distribuyeron panfletos supercomunistas en Union Square sollozando y desvistiéndose mientras las sirenas de Los Alamos los deprimían, y se deprimía Wall, y el ferry de Staten Islan también se deprimía.
Quienes rompieron a llorar en blancos gimnasios desnudos y temblorosos frente a la maquinaria de otros esqueletos.
Quienes mordieron detectives en el cuello y chillaron con placer en autos policiales por no cometer un crimen salvo su propia pederastia salvaje y su intoxicación.
Quienes aullaron de rodillas en el metro y fueron arrastrados por el techo ondeando sus genitales y manuscritos.
Quienes permitieron ser penetrados por el ano por virtuosos motociclistas, y gritaron con alegría.
Quienes chuparon y fueron chupados por aquellos serafines humanos, los marineros, caricias del amor Atlántico y Caribeño.
Quienes eyacularon en la mañana en la tarde en jardines de rosas y en el pasto de parques públicos y cementerios esparciendo su semen libremente a quienquiera que llegara.
Quienes hiparon sin cesar tratando de reír pero se torcían de llanto detrás de un cubículo de un Baño Turco cuando el ángel rubio y desnudo venía a atravesarlos con una espada.
Quienes perdieron a sus amantes por las tres viejas musarañas del destino, la musaraña tuerta del dólar heterosexual, la musaraña tuerta que hace guiños fuera del útero y la musaraña tuerta que no hace nada sino sentarse en su trasero y corta las hebras doradas intelectuales del vislumbre del artesano.
Quienes copularon extáticos e insaciables con una botella de cerveza, un novio, un paquete de cigarrillos, una vela y se cayeron de la cama, y continuaron en el suelo y por los pasillos y terminaron desmayándose en la pared con una visión del último coño y llegaron a eludir el último atisbo de conciencia.
Quienes endulzaron las conchitas de un millón de chicas temblorosas en el ocaso, y tenían los ojos rojos en la mañana pero preparados para endulzar las conchitas del sol naciente, destellantes traseros bajo los establos y desnudos en el lago. 
(...)
Rocky Mount para ofrecer Buddha o Tánger a los muchachos al Southern Pacific a la locomotora negra o a Harvard a Narciso a Woodland para la sepultura o daisychain.
Quienes exigieron juicios de cordura acusando a la radio de hipnotismo y fueron dejados con su locura y sus manos y un jurado colgado.
Quienes arrojaron papas saladas a los conferencistas de Dadaismo en CCNY y subsecuentemente se presentaron ellos mismos en las baldosas de granito del manicomio con cabezas rapadas y un discurso arlequinesco de suicidio, demandando una lobotomía instantánea, y quienes a su vez se entregaron a la nulidad concreta de la insulina, Metrazol, electricidad, hidroterapia, psicoterapia, terapia ocupacional, ping pong y amnesia.
Quienes en protesta seria dieron vuelta sólo una simbólica mesa de ping pong, descansando brevemente en catatonia, volviendo años después verdaderamente calvos excepto por una peluca de sangre, y lágrimas y dedos, a la visible fatalidad del hombre loco de los pupilos de los pueblos locos del Este, salas fétidas de Pilgrim State's Rockland's y Greystone discutiendo con los ecos del alma, pegando y rodando en la soledad-banca-dolmen-reinos del amor de medianoche, sueños de vida en una pesadilla cuerpos convertidos en roca tan pesados como la luna, con la madre finalmente, y el último libro fantástico arrojado por las ventanas del departamento, y la última puerta cerrada a las 4 A.M. y el último teléfono pegado a la pared sonando y la última pieza amueblada, un papel rosa amarillo torcido en un colgador de alambre en el closet, e incluso eso imaginario, nada sino un poco de esperanzadora alucinación ah, Carl, mientras no estés seguro yo no estoy seguro, y ahora tú estás realmente en la sopa animal total del tiempo y quienes por lo tanto corrieron a través de las calles congeladas obsesionados con un repentino destello de la alquimia del uso de la elipse el catálogo el metro y el plano vibrante.
Quienes soñaron y encarnaron brechas en el Tiempo y Espacio a través de imágenes yuxtapuestas, y atraparon al arcángel del alma entre 2 imágenes visuales y unieron los verbos elementales y establecieron el nombre y rasgos de la conciencia al mismo tiempo saltando con sensación de Pater Omnipotens Aeterna Deus para recrear la sintaxis y medida de la pobre prosa humana y ponerse frente a ti estupefacto e inteligente y sacudirse con vergüenza, rechazando incluso revelar el alma para conformarse al ritmo del pensamiento en su desnuda y eterna cabeza, el vagabundo loco y el golpe del ángel del Tiempo, desconocido, incluso poniendo aquí lo que podría dejar de ser dicho en tiempo de volver después de la muerte, y surgieron reencarnados en los trajes fantasmales del jazz en la sombra del corno dorado de la banda y exhalar el sufrimiento de la mente desnuda de América para amar en un eli eli lamma lamma sabacthani saxofón que llora estremeciendo las ciudades bajo la última radio con el corazón absoluto del
poema de la vida descarnada de sus propios cuerpos buenos para comer mil años. "