viernes, 30 de septiembre de 2016

AUTORRETRATO John Berger



Hace unos ochenta años que escribo. Primero cartas, después poemas y discursos, más tarde cuentos, artículos, libros; ahora apuntes sueltos.
Escribir siempre ha sido un acto vital para mí; me ayuda a encontrarle un sentido a las cosas y seguir adelante. No deja de ser, sin embargo, una manifestación de algo más profundo, algo esencial: la relación que mantenemos con el idioma. Y el idioma es el tema de estos apuntes.
Empecemos por examinar la tarea de traducir de un idioma a otro. La mayoría de las traducciones que se hacen hoy en día son técnicas. Yo me refiero a las literarias; es decir, la traducción de textos que exigen una experiencia personal.
La creencia más extendida sugiere que el traductor, o los traductores, analizan las palabras escritas en una página para luego representarlas en otro idioma, en otra. Esto implica, primero, una supuesta traducción literal, al pie de la letra; después, una adecuación a las reglas y a la tradición lingüística del idioma al que se está traduciendo y, finalmente, un trabajo de revisión a fin de reproducir el equivalente a la “voz” del original. Muchas, si no la mayoría de las traducciones, se hacen bajo este método y sus resultados son dignos pero en el fondo mediocres.
¿Por qué? Porque una auténtica traducción no es binaria; no es un romance entre dos idiomas, sino entre tres. El tercer lado del triángulo está en lo que subyace a las palabras del original antes de que éste fuera escrito. La verdadera traducción exige un retorno a lo preverbal.
Uno lee y relee las palabras de un original con el fin de internarse en él a través de ellas y así comprender la experiencia o conmoverse ante la revelación que las ha inspirado. Una vez reunido lo que hay allí —en esa experiencia, en esa revelación— ya puede coger esa palpitante y casi indecible “entidad” y colocarla en la trastienda del idioma a la que va a ser traducida. En ese momento, la tarea principal del traductor es persuadir al idioma anfitrión de que asuma dicha “entidad” como propia y se ponga a su disposición para que pueda ser expresada.
Este ejercicio nos recuerda que un idioma no puede reducirse a un diccionario o catálogo de palabras y frases. Tampoco a un almacén de las obras escritas en ese idioma.
Una lengua es un cuerpo, una criatura con vida propia cuya fisonomía es verbal y sus funciones orgánicas son lingüísticas. Y su hogar está formado tanto por lo que se puede como por lo que no se puede expresar.
Hablemos ahora del término Lengua Materna. En ruso se dice Rodnoi Yazik, que significa “la lengua más cercana o la más entrañable”. Si me apuran, podríamos llamarla Lengua Amada.
La Lengua Materna es nuestro primer idioma, el primero que oímos de boca de nuestra madre cuando somos bebés. De ahí el sentido del término.
Digo esto porque no tengo duda de que esa criatura que es la lengua madre y que estoy tratando de describir es femenina. Me imagino su centro como un útero fonético.
Dentro de una Lengua Materna están todas las Lenguas Maternas. Dicho de otro modo, toda Lengua Materna es universal.
Chomsky ha demostrado con brillantez que todos los idiomas —no sólo los verbales— comparten determinadas estructuras y normas. Por lo tanto, toda Lengua Materna está emparentada (¿rima?) con lenguajes no verbales como el de nuestro propio comportamiento, el de los signos o el del ordenamiento espacial.
Cuando dibujo, intento desentrañar y transcribir un texto compuesto de apariencias que ya tiene su indescriptible pero innegable lugar —lo sé bien— en mi Lengua Materna.
Las palabras, expresiones o frases pueden separarse de su lengua y ser empleadas como simples etiquetas. En ese caso se vuelven inertes, vacías. El uso repetido de siglas y acrónimos es un ejemplo directo de ello. De igual manera, la mayor parte del discurso político dominante hoy en día está formado por palabras que, escindidas de cualquier lengua, carecen de vida, están muertas. Esa palabrería fantasmal borra del mapa la memoria y alimenta una implacable autocomplacencia.
A lo largo de estos años lo que me ha impulsado a escribir es la intuición de que hay cosas que merecen contarse y que si yo no lo intento cabe el riesgo de que nadie lo haga. Me veo más como un hombre-parche
que como un notable escritor profesional.
Tras escribir unas cuantas líneas dejo que las palabras vuelvan discreta y serenamente a esa criatura que es su lengua madre. Una vez allí, que sean reconocidas y admitidas por otra multitud de palabras con las que tienen una relación de afinidad semántica, o lo contrario, de discrepancia, o una relación metafórica, o de aliteración, o de ritmo. Escucho su conspiración. Cómo entre todas cuestionan el sentido de las palabras que he elegido. Así que rectifico esas líneas, cambio una palabra, a veces dos, y las presento de nuevo. Comienza otra conspiración.
Prosigo de la misma manera hasta que al fin aparece un suave murmullo de aceptación provisional. Entonces paso al siguiente párrafo.
Y comienza otra conspiración…
Los demás pueden pensar lo que quieran de mí como escritor. Yo sé que soy el hijo de puta. Y ya saben quién es la puta, ¿verdad?

lunes, 26 de septiembre de 2016

¿Dónde tienes escondido el pudor? REBECA YANKE



Giacomo Casanova estaba pasando la noche en la Suiza del siglo XVIII. Siguiendo las costumbres del lugar, acudió a unos baños donde le atendió una mujer que eligió entre un grupo de empleadas. Ella lo desnudó, luego se desnudó a sí misma y ambos entraron en el agua sin dirigirse la palabra. La joven limpió a Casanova a conciencia y él sintió que ella esperaba sus avances. "He visto suficiente para reconocer que ella tenía todo lo que un hombre puede desear (...), mi chica suiza sólo tenía 18 años, pero yo permanecí absolutamente frío", escribe este italiano, modelo histórico de seducción. Casanova no sentía nada porque en ese baño no había ni pizca de pudor.
La anécdota y las palabras de Casanova las recoge el sexólogo británico Havelock Ellis, fallecido en 1936, en su ensayo La evolución del pudor, donde también habla Stendhal: "Una mujer tímida y tierna preferiría morir cien veces antes de permitirse un gesto del que ruborizarse delante de un hombre". Hablar del pudor es hablar del origen del mundo. Sin embargo, la sociedad actual destaca más por su transparencia que por su recato.
Dice al respecto el escritor Miguel Dalmau, que en 2012 publicó el ensayo El ocaso del pudor, que "sabemos que el pudor es un reflejo instintivo, a menudo con textura de sentimiento, que nos impulsa a preservar nuestra intimidad y que, hasta hace relativamente poco, era visto como un símbolo externo de la salud moral del individuo o, al menos, de su respeto por las convenciones". En la era de los selfies, los realities, las redes sociales y la pornografía de fácil acceso, ¿dónde encontrar el pudor?
En conversación telefónica con EL MUNDO, Dalmau defiende que éste se encuentra únicamente "en los conventos y en los retretes, al menos en esta parte del mundo". Es su libro un abordaje histórico y documental de los hombres y mujeres -más ellas que ellos- que, con su producción artística o su actividad personalísima, rompieron los moldes de los tabúes; o los hicieron saltar por los aires. Hombres como Lord ByronÉduard Manet y Gustave Courbert, mujeres como George SandColette Simone de Beauvoir, pero también Brigitte Bardot y las hermanas Brönte. "Hay que redefinir el pudor", prosigue Dalmau, "aunque siga siendo un sinónimo de intimidad asociado al cuerpo, sobre todo al de la mujer".
Estudioso del cuerpo es el escritor italiano Fabrizio Andreella, para quien "el pudor es la piel de la conciencia". Andreella se pregunta a menudo "cuál ha sido el trayecto que nos ha llevado al culto de una sinceridad exhibicionista, que nos ha llevado a renunciar a la intimidad para compartir con todo el mundo nuestros conflictos y penas familiares en un estudio de televisión o nuestras banalidades en Facebook".
"El pudor ha cambiado. Fue conservadurismo y, ahora, ante el mainstream que sugiere que hay que ser impúdico, el pudor es revolucionario. De ser una forma de control social represiva, el pudor ha pasado a ser una forma de rebeldía a los códigos de la dictadura de la transparencia", argumenta. Y defiende su valor "erótico": "El pudor habla en silencio, es elegante e intelectual. Una relación puede ser más erótica si los amantes se hablan de usted".
En la polémica del verano, la del burkini, también jugaba su rol el pudor. Estaba presente el cuerpo, el derecho a cubrirlo y el derecho a enseñarlo. Ante la pregunta de si defender el burkini es defender el pudor, sostiene Andreella que "cuando tienes que defender el pudor ya lo has matado". En las antípodas del burkini, las mujeres que conforman Femen utilizan la desnudez como herramienta política, un gesto que a Dalmau le produce "desencanto". "Significa que no se ha avanzado nada. Si todavía la mujer ha de recurrir al desnudo es que no se ha avanzado en nada, ya no tendríamos que estar en ésas".
En la misma línea se expresa el escritor barcelonés Eloy Fernández Porta, profesor de Nuevas Formas y Nuevos Ámbitos Literarios en la Universidad Pompeu Fabra: "Las razones para ser pudoroso cambian con el tiempo. Lo que se mantiene es la producción colectiva del sentimiento de vergüenza. Quien crea su imagen en internet obedece a dos órdenes contradictorias, públicítate y avergüénzate de tu narcisismo. Esto se comprueba también en las autobiografías sexuales. Lo que busca el espectador de estas historias no es el detalle sexual sino el momento en el que el autor o la autora muestra signos de avergonzamiento, que son la marca de los procesos de socialización. La vergüenza no va a desaparecer porque es lo que nos hace sujetos".
Entonces, en esta época, en palabras de Dalmau, en la que prima "el narcisismo, la exhibición, el yo como eje, en la que el hombre se contempla, se ensimisma y se proyecta al exterior", ¿de qué nos avergonzamos? "El tabú hoy", responde Andreella, "es admitir el fracaso y la infelicidad que nos proporciona nuestra manera de vivir amarrados a una imagen de nosotros que, ésta sí, es impúdica".
Para este apasionado del pudor, "hoy la salida del gran dolor del anonimato, porque todavía muy pocos lo entienden como un lujo y un privilegio, empuja a mucha gente a buscar la celebridad con la aniquilación del pudor". Son los nuevos proletarios que ya no venden a la producción industrial su mano de obra a cambio de un salario sino que ofrecen su intimidad a la producción mediática a cambio de la popularidad".

"La religión del impudor"

En ese contexto, cabe preguntarse cómo evolucionará el pudor de quienes ahora son jóvenes. Sostiene el catedrático de Antropología de la Universidad de Lleida Carles Feixa, autor entre otros volúmenes del ensayo De la generación@ a la #generación: la juventud en la era digital, que "las mayores meteduras de pata en internet y en las redes sociales las cometen personas maduras".
"La diferencia es que antes un ataque de exhibicionismo podían verlo unas pocas personas y, ahora, enseguida se hace viral. El problema es que la vieja moralidad está en cuestión y la nueva aún no se ha asentado, la netiqueta está en construcción, pero creo que los jóvenes están mejor preparados para ajustarse a ella que los adultos, pues los primeros están educados en la red y los segundos no", analiza.
Para la primera "generación hiperdigital", es decir, la actual, opina Feixa que puede convertirse en una juventud capaz de "construir una relación con el propio cuerpo más equilibrada". "El mayor impudor no es el de los jóvenes sino el de los adultos que pretenden volver a la juventud exhibiendo su cuerpo sin vergüenza. El antiaging mueve hoy fortunas, es la religión del impudor, pero es un impudor conservador", analiza.
En lo que respecta a los comportamientos sexuales, el psicólogo especializado en adolescentes José Carrión destaca "la tendencia hacia la hipersexualización y una aparente conducta sexual sin cortapisas, aprendida sin filtros a través de la avalancha de material de fácil acceso y una cierta presión social para cumplir los cánones que están supuestamente de moda".
"Muchos pacientes reconocen en consulta que han probado determinadas prácticas sexuales sólo por presión del entorno e incluso en contra de sus propios planteamientos", culmina.

"Sin pudor, el sexo es menos divertido"

La canadiense Wendy Shalit, autora de Regreso al pudor, cree tener la solución: "En la actualidad, hay mujeres jóvenes que se suicidan tras ver lo que sucede con las fotos que comparten con hombres con el objetivo de demostrar que son mujeres liberadas. Eso es un empoderamiento falso, y por eso defiendo la educación en el pudor". Critica Shalit que "hoy se identifica la persona con el cuerpo de modo que si estás orgulloso de tu cuerpo [si lo muestras] entonces tu autoestima estará donde debe estar".
A esta escritora le preocupa que "todo signo de recato" por parte de "mujeres jóvenes e incluso de niñas", reciba ataques (¿Qué te pasa? ¿Eres virgen? ¿Es que te avergüenzas de tu cuerpo?). "También los chicos sufren la cultura del impudor. Recientemente, la revista Time expuso que quienes más luchan ahora contra la pornografía en internet no son personas guiadas por la religión sino los mismos jóvenes porque demasiada exposición a la pornografía en una edad temprana ha provocado que no se exciten con una mujer real, ¿no es tristísimo esto?"
Otra de las ideas que defiende Shalit, además de la importancia de educar en el pudor en la actualidad, es "sin pudor, el sexo es menos divertido. Poner límites forma parte de la salud sexual, tanto para hombres como para mujeres, y creo que afortunadamente la gente comienza a darse cuenta de esto, aunque es trágico que hayamos llegado al punto que hemos llegado", se lamenta.
A quienes consideran que el pudor no sirve para nada o que es incluso negativo, Shalit les pide que "no ataquen a quienes creen en él, porque lo que está pasando es que, sin alternativas diferentes, los jóvenes tienen menos opciones". "Dejad que haya una alternativa al impudor, dejad que los jóvenes elijan el pudor si así lo sienten; si les atacáis, entonces daos cuenta de que estáis restringiendo su libertad de elección, y si vosotros sois tan libres como decís, ¿por qué deberíais hacer eso?".