sábado, 24 de septiembre de 2016

CENTENARIOS: RUBÉN DARÍO_Luis Antonio de Villena




Félix Rubén García Sarmiento (1867-1916), nicaragüense, periodista, diplomático, sobre todo excepcional poeta, un genio del idioma español, de la métrica –que usó incluso en sus aspectos latinizantes-  y de la poesía honda o frívola, si es que no hay hondura, a veces, en la llamada frivolidad. “La princesa está triste”, sí, pero asimismo “Dichoso el árbol/ que es apenas sensitivo…” O la renovadora “Epístola a la señora de Lugones”. Hablo, obviamente, de Rubén Darío, de su esplendente genialidad. Cuando se conmemoró el centenario de su nacimiento -1967- todo fue gloria, académica también. Ahora (me digo) posiblemente Cervantes y Shakespeare han eclipsado el centenario del final dariano, y ello no sin injusticia, porque estamos hablando del padre de la poesía moderna en español y de un hombre –además- que en medio de los muchísimos viajes que hizo y de su fascinación parisina, como la época mandaba y el amor a Verlaine, fue un absoluto enamorado de España, tanto (y en eso se le correspondió) que cuando en el bachillerato franquista se estudiaba sólo literatura española , digo que no entraba ningún hispanoamericano, Darío era natural y caudal excepción. Era el “padre del modernismo”, y aunque eso se quiera desmontar diciendo que el colombiano Silva, los cubanos Casal o Martí y el mexicano Gutiérrez Nájera fueron ya modernistas y es seguro, todos ellos habían muerto ya en 1900, por lo que Darío pudo dejarlos en “precursores” notables, y ceñirse él la corona de gran patriarca, que le correspondía, sino por único, al menos por más expansivo en luz…
Por supuesto algunos gustan recordar las “sombras” darianas, que son  ciertas: el indio al que admiraron Valle-Inclán o Antonio Machado, era un ser lleno de miedos supersticiosos, un hombre profundamente erótico (como recogió bien el estudio de Pedro Salinas) y además un borracho empedernido, tremendo dipsómano, lo  que fue poco a poco minando su salud.  Darío tardó varios días en presentar sus cartas credenciales, porque no podía ir a Palacio ebrio…La fascinación de la absenta, “el hada verde” y la necesidad de paliar el dolor con el nepente que olvida. A Rubén se le acusó de afrancesado –y lo era en la justa medida- pero sin sus tres libros básicos, “Azul…” (1888), “Prosas profanas” (1896) y “Cantos de vida y esperanza” (1905) la poesía  moderna y nueva en español, estaría falta de referentes. Además Rubén Darío fue un prosista excepcional en sus libros de viajes y semblanzas, un cronista de
primera que no alcanzó a culminar la novela: “Los raros” (1905) o “Peregrinaciones” (1901) –recientemente reeditado- donde traza un cuadro magnífico del París cimero de la Exposición Universal de 1900. Y cito sólo dos entre tantos libros de prosa espléndida e innovadora… Pero son sus versos por doquier inolvidables, baste abrir la antología: “pero sé que Eulalia ríe todavía/ ¡y es cruel y eterna su risa de oro!”.  “Una gracia lustral de iras y lujurias”. “Huele a podrido en todo el mundo.”  O aquellos que nos suenan manidos, por tanta verdad y sentido como poseen: “Juventud, divino tesoro, /ya te vas para no volver…!/ Cuando quiero llorar, no lloro,/ y a veces lloro sin querer…” Un genio que salta en cualquier esquina. Un renovador prodigioso y un hombre temblando de sensibilidad, que volvió a su cuna a morir, con apenas 49 años…

jueves, 22 de septiembre de 2016

Cuanto más inculta una persona, más dinero necesita para los fines de semana: Savater


 
La educación capacita a los seres humanos para intervenir en la vida política de un país, sostuvo Fernando Savater. Durante la conferencia magistral “La literatura como alegría y salvación en el arte de educar”, que el escritor de origen español dictó en la Universidad Autónoma de Aguascalientes, dijo que la democracia convierte en políticos a todos los ciudadanos y por eso es importante educarlos.
En el salón de usos múltiples, declaró que educar es formar seres humanos completos, porque dicho acto busca perpetuar lo que considera verdaderamente humano: “Nos hacemos humanos unos a otros, repartimos humanidad a nuestro alrededor y la recibimos de los demás”.
Recalcó que la ciudadanía no es definida por la tierra o los componentes naturales, sino que se transmite por el estado de derecho, la constitución democrática y las leyes de un país.
La democracia obliga a educar como si cada ciudadano fuera a ser gobernante, por lo que consideró que no debe restringirse sólo a los sectores que pueden pagarla, pues esto representa una amenaza para la sociedad: “La educación es lo que lucha contra esa fatalidad que hace que el pobre siempre tenga que tener hijos pobres y que el ignorante siempre tenga que tener hijos ignorantes”.
Agregó que la humanidad está unida por las semejanzas que trascienden a los rasgos individualistas que mandatan las tradiciones. Por eso se congratuló de que la Universidad Autónoma de Aguascalientes se permitiera el acogimiento de jóvenes sirios, a resguardo de los problemas bélicos que sufre su país.
Para Savater, aunque la vida del ser humano sea delimitada por las decisiones que éste asume a lo largo de su vida “la literatura sirve para multiplicar nuestra alma” al desplegar posibilidades para escapar de la estrechez y aventurarse en perspectivas distintos a las que se han elegido.
“La persona que sabe leer, que se aficiona a la alegría de la lectura, tiene unos goces extraordinarios y además a muy poco precio. El mundo está lleno de diversiones caras. Cuanto más inculta es una persona, más dinero necesita para pasar los fines de semana, porque como no fabrica nada, no produce nada, todo lo tiene que comprar. Mientras que una persona con un cierto nivel de cultura, con la conversación, un libro o una música puede pasar el tiempo de una manera enriquecedora, la riqueza que nos dan los libros es una riqueza real más duradera y limpia que las que se tienen.”
El filósofo también destacó el papel de las humanidades -literatura, filosofía, historia- que si bien son en apariencia menos rentables que las ciencias aplicadas, permiten a los estudiosos reconocer el para qué de sus esfuerzos y así evitar estancarse en la minucia cotidiana.
Cuestionado por los espectadores acerca del papel de las nuevas tecnologías, anotó que los nuevos soportes para la lectura, como smartphones y tablets, son de gran apoyo para esta actividad, siempre y cuando estos instrumentos no se transformen en un fin mismo.
Además se dijo partidario de la literatura de entretenimiento, toda vez que “el verbo leer no soporta la voz imperativa”.
Entre los presentes en la ponencia estuvieron el rector de la institución, Mario Andrade Cervantes; el ex rector y profesor emérito, Alfonso Pérez Romo; el decano del Centro de Ciencias Sociales y Humanidades, Daniel Eudave Muñoz y el decano del Centro de las Artes y la Cultura, José Luis García Ruvalcaba.
Fernando Fernández-Savater Martín ha dedicado su trayectoria a la reflexión sobre la ética. Entre sus más reconocidas obras se encuentran Ética para AmadorEl contenido de la felicidad, La música de las letras y Aquí viven leones.

Andrés Trapiello: «Mi último diario es 'Seré duda', eso que dicen de los futbolistas»


Nuevo libro de la serie «Salón de pasos perdidos», que cumple 25 años

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«Escribo estos libros para hablar de las cosas pequeñas. Si me sucedieran grandes cosas, las contaría como si fuesen pequeñas, por eso los lectores de estos libros creo que siempre han disculpado que hable de las pequeñas como si fueran grandes». Esto escribe Andrés Trapiello (Manzaneda de Torío, León, 1953) aludiendo a su serieSalón de pasos perdidos. El pasado jueves el escritor leonés participaba en A Coruña en el ciclo Libros en directo, que organiza la concejalía de Culturas y en el que conversó con el escritor Pedro Ramos. El Quijote, que Trapiello ha rejuvenecido con su versión en castellano actual centró parte de dichas conversación.
-Además de «El Quijote», ¿en que está trabajando?
-Estos días estará en las librerías el último de todo de eso que se ha dado en llamar mis diarios, una serie que se titula Salón de pasos perdidos, de los que hace ahora 25 años que salió la primera entrega que se llamaba El gato encerrado. Esta es la entrega número diecinueve, la novela con el título de Seré duda, (Pre-Textos) como lo de los futbolistas, que es de donde está tomado cuando dicen eso de será duda para el partido.
-¿Por qué esa duda?
-Es una actitud. El hombre tienen la obligación de preguntarse siempre si aquello que sabe es verdad o aquello que conocemos lo damos por sabido o necesitamos plantearlo una y otra vez. No hay verdades absolutas, y por tanto la actitud más decorosa en esta vida es dudar de casi todo. Está bien ese propósito de preguntarse por las cosas y al mismo tiempo la constatación de que por muy seguros que estemos de todo, o casi todo, nos queda una especie de duda. Realmente apenas sabemos nada de las cosas más importantes: el misterio de la vida es el amor o la muerte y lo que une a ambas que es el tiempo. Pues todo lo que sabemos de esas cosas importantes es muy poco para todo lo que querríamos saber.
-Siguiendo con términos futbolísticos ¿qué pasa si se queda en el banquillo?
-Lo normal es que el hombre esté mucho tiempo de su vida sentado en el banquillo viendo jugar a otros. Hay que tomar la decisión de ser duda pero también estar en forma, que no te dejen en el banquillo por falta de ganas o por falta de preparación.
-¿Qué tipo de reacciones ha percibido ante esa actualización del texto de «El Quijote»?
-No es una actualización, es una traducción al castellano actual. Es igual que todos esos libros que hemos de leer en una traducción porque hay personas que no los entienden; una persona que puede leer Guerra y paz en ruso no tiene sentido que lo lea traducida al francés, al español... Ahora bien, si alguien no entiende el castellano del siglo XVI también es un poco un absurdo que se le exija que lo lea en una lengua que ya no habla nadie y raramente leemos cuando la vemos escrita.
-¿Ha sido polémico su «Quijote» traducido al castellano actual?
-Contrariamente a lo que se ha dicho por ahí de una polémica, yo no he visto ninguna, o no me he enterado. Está fuera de lugar una polémica por algo tan evidente como que una cosa que no se entiende se traduce y basta.
-¿La gente debería hacer un esfuerzo para leer esta obra cumbre de Cervantes?
-Sí, debería hacerlo, pero la encuesta del CIS [Centro de Investigaciones Sociológicas] nos dice, y eso siendo muy benévolos porque la gente, como se sabe, miente mucho cuando se le pregunta sobre estas cuestiones, que únicamente dos de cada diez españoles, ¡dos de cada diez!, confiesan haber leído El Quijote. Y de esas dos personas, únicamente el 16 por ciento son capaces de decir el nombre verdadero del protagonista, es decir, que se llama Alonso Quijano. Por lo tanto no hay polémica ninguna: si la gente no lee El Quijote es obviamente porque no lo entiende, o le cuesta muchísimo y es un esfuerzo que no está dispuestos a hacer. Si a partir de ahora lo lee ¡qué bien! Y si dentro de un tiempo el que lo ha leído quiere leer el original, mejor todavía.

martes, 20 de septiembre de 2016

LO QUE LOS ÁRBOLES NOS ENSEÑAN ACERCA DE LA VIDA Y LA PERMANENCIA, POR HERMAN HESSE



Herman Hesse Cultura Inquieta

Es difícil desasociar la sensibilidad artística de aquella que nos permite apreciar, y abrazar, el alma de la naturaleza. Incluso podríamos afirmar que la esencia primigenia de la estética, de las artes y de nuestras múltiples abstracciones en torno a la belleza, se origina en esa perfección retórica que pregonan las caídas de agua, las estructuras florales, los imperturbables desiertos o las intrigantes selvas.
Tomando en cuenta lo anterior, no debiera sorprendernos que Herman Hesse, el genial autor alemán, haya sido capaz de hilar un tributo literario a los árboles; esos pilares que irradian la más reconfortante sabiduría. Este fragmento fue tomado de su libro Wanderung: Aufzeichnungen (Berlin: Fischer, 1920; traducido al inglés como Wandering: Notes and Sketches y al español como El caminante).
En sus copas susurran el mundo, sus raíces descansan en lo infinito, pero no se pierden en él, sino que persiguen con toda la fuerza de su existencia una sola cosa: cumplir su propia ley, que reside en ellos, desarrollar su propia forma, representarse a sí mismos. Nada hay más ejemplar y más santo qué un árbol hermoso y fuerte. Cuando se ha talado un árbol y éste muestra al mundo su herida mortal, en la clara circunferencia de su cepa y monumento puede leerse toda su historia: en los cercos y deformaciones están descritos con facilidad todo su sufrimiento, toda la lucha, todas las enfermedades, toda la dicha y prosperidad, los años frondosos, los ataques superados y las tormentas sobrevividas. Y cualquier campesino joven sabe que la madera más dura y noble tiene los cercos más estrechos, que en lo alto de las montañas y en peligro constante crecen los troncos más fuertes, ejemplares e indestructibles.
Herman Hesse Cultura Inquieta2
Herman Hesse en Montagnola, 1919

Los árboles son santuarios. Quien sabe hablar por ellos, quien sabe escucharles, aprende la verdad. No predican doctrinas y recetas; predican indiferentes al detalle, la ley primitiva de la vida.
Un árbol dice: en mi vida se oculta un núcleo, una chispa, un pensamiento, soy vida de la vida eterna. Es única la tentativa y la creación que ha osado en mí la Madre Tierra. Mi misión es dar forma y presentar lo eterno en mis marcas singulares.
Un árbol dice: mi fuerza es la confianza. No sé nada de mis padres, no sé nada de miles de retoños que todos los años provienen de mí. Vivo hasta el fin del secreto de mi semilla, no tengo otra preocupación. Los árboles tienen pensamientos dilatados, prolijos y serenos, así como una vida más larga que la nuestra. Son más sabios que nosotros, mientras no les escuchamos. Pero cuando aprendemos a escuchar a los árboles, la brevedad, rapidez y apresuramiento infantil de nuestros pensamientos adquieren una alegría sin precedentes. Quien ha aprendido a escuchar a los árboles, ya no desea ser un árbol. No desea ser más que lo que es.

lunes, 19 de septiembre de 2016

LA DIFERENCIA ENTRE SER CULTO Y SER INTELIGENTE, SEGÚN SAMUEL BECKETT

samuel beckett inteligencia vs cultura
“Ser culto” y “ser inteligente” se consideran estados distintos del intelecto. Uno se refiere a la “cultura” que posee una persona y el otro tiene connotaciones un tanto más científicas, como una característica casi fisiológica que puede medirse y cuantificarse.
Así, alguien es culto por los libros que ha leído y recuerda, por la calidad de su vocabulario, por las películas que ha visto e incluso por los viajes que ha realizado. Culto es aquel que se ha cultivado, como un campo, para obtener para sí los mejores frutos de la civilización. Desde una perspectiva en la que se combinan los proyectos más ambiciosos de Occidente —de los valores de la antigüedad clásica al humanismo del Renacimiento, el cristianismo y la Ilustración—, una persona culta también es compasiva, empática, solidaria, amable y quizá hasta sabia. En pocas palabras, hay toda una corriente de pensamiento que ha defendido que el ser humano se vuelve tal sólo gracias a la cultura.


La inteligencia, por otro lado, se ha pensado y estudiado sobre todo como una cualidad inherente al hombre como especie. Nuestra inteligencia es resultado de la evolución y, por lo mismo, todos los individuos la tienen. Desde un punto de vista científico, la inteligencia explica que seamos capaces de leer o ver una película, pero también sumar o restar cantidades, y que podamos manejar un automóvil o atrapar una pelota.Curiosamente, por razones que no son del todo claras pero quizá se expliquen por el clasismo de ciertas sociedades, en ciertas circunstancias la cultura y la inteligencia pueden aparecer enfrentadas. Dado que la cultura se convirtió en un bien asociado a las clases privilegiadas —la nobleza o la burguesía, por ejemplo—, también se ha utilizado como una suerte de discriminador, una forma de distinguir entre una persona que tuvo acceso a dicha cultura —a ciertos libros, ciertas escuelas, ciertos viajes— y otra que no. Cuando la cultura se usa de esa manera, es previsible que se convierta en una categoría deleznable.
De ahí que surja entonces el “ser inteligente” como una especie de defensa: quizá no todos seamos cultos, pero indudablemente todos somos inteligentes. Para algunos no tener cultura se compensa con el hecho de, por ejemplo, poder resolver problemas con facilidad, o vivir con sencillez, sin crearse esos laberintos absurdos en los que a veces se mete la gente culta.
Sólo que ninguna categoría es mejor que otra. Desafortunadamente, es cierto que tanto la cultura como la inteligencia están relacionadas con la desigualdad inevitable del sistema de producción hegemónico. La desnutrición, por ejemplo, tiene efectos sobre el desarrollo cognitivo de un niño, y sabemos bien que hay sociedades más desnutridas que otras. Igualmente la cultura, a pesar de todos sus sueños humanistas, se ha convertido en un producto de consumo, lo cual provoca que surja y se destine a personas que puedan adquirirla.
inteligencia vs cultura 3
Quizá por eso hay un punto en el que ser inteligente parezca más atractivo que ser culto. ¿Para qué cultivarse, si la cultura también sirve para humillar y diferenciar? ¿Para qué cultivarse si, con eso, también se alimenta esa maquinaria despiadada de producción-consumo-deshecho? Conflictos en donde la cultura está involucrada y, por eso mismo, no parece probable que sea un camino para solucionarlos.
¿Y la inteligencia? Quizá ahí se encuentren otras posibilidades. A pesar del dicho de Proust —“Cada día atribuyo menos valor a la inteligencia”—, quizá la inteligencia sea ese salvoconducto que nos lleve fuera de las posturas falsas y los simulacros de la cultura contemporánea.
A propósito de este asunto, hace unos días Nicholas Lezard publicó en The Guardianun artículo en que habla de la diferencia entre la inteligencia y la intelectualidad a partir de Esperando a Godot, la célebre pieza de Samuel Beckett. Como sabemos, Esperando a Godot se considera uno de los mejores usos del absurdo dentro de la literatura, una obra revolucionaria tanto estética como culturalmente, pues retrató con frialdad el extremo del nihilismo al que había llegado la civilización europea del siglo XX.
waiting for godot waiting for godot
Lezard recuerda la atracción que de inmediato sintió por Esperando a Godot, un ambiente que a pesar de su parquedad —o quizá debido a esta— de inmediato lo hizo sentir bien recibido, acaso no totalmente cómodo pero sí en un territorio inesperadamente familiar. “Desde la primera página estaba hipnotizado, sorprendido”, escribe Lezard, a quien la extrañeza de los diálogos beckettianos, simples y no tan simples al mismo tiempo, lo condujo a un territorio que imprevisiblemente no era del todo desconocido.
En breve, estaba enganchado. Ahí tenía a un autor que era irreverente, escatólógico y sin embargo profundo; alguien completamente desinteresado en las convenciones de la literatura y sin embargo capaz, justo por medio del lenguaje, de mantener nuestra atención a pesar de que nada esté sucediendo. […] Y conforme descubrí detalles de su vida, primero por la biografía semi-autorizada de Deirdre Bair, me di cuenta de que no sólo su trabajo era ejemplar, sino también su vida. Ahí estaba alguien que se había purgado a sí mismo de vanidad, tanto la suya como la del mundo; un hombre de una integridad intachable, tanto en su obra como en su vida.
Con estos antecedentes, Lezard acepta que Beckett sea considerado un autor “intelectual”; “pero sospecho que es porque muchas personas no conocen la diferencia entre ser inteligente y ser intelectual”. ¿Y cuál es esa diferencia? Dice Lezard:
Más tarde descubrí que Beckett era, de hecho, furiosamente intelectual, pero que había dejado atrás la academia, aborrecido la oscuridad de la jerga y ciertamente no era el tipo de intelectual de posición a quien las televisoras piden su opinión.
Un guiño de inteligencia por parte de Beckett, parece decirnos Lizard. El gesto de tributar la cultura a la autenticidad para aceptar así que, a lo sumo, podremos responder dos o tres preguntas en la vida, poco más o poco menos, y será suficiente, y será más auténtico que todas esas preguntas que dicen responder las personas cultas y los intelectuales.

Pessimisme et lucidités : l'actualité de Paul Valéry




Paul Valéry (1871-1945)
Paul Valéry (1871-1945)
Michel Jarrety, professeur à la Sorbonne, mon invité ce matin, est l’auteur d’une biographie de Paul Valéry. Une biographie épaisse, 1200 pages, dense, magistrale, qui m’a donné le goût de réfléchir avec son auteur à l’actualité de ce personnage majeur du dernier siècle. Je ne parle pas principalement de son œuvre poétique qui a porté si haut un certain génie de notre langue et dont la pérennité peut paraître assurée, pas non plus de ce commerce profond qu’il a entretenu avec la philosophie de tous les temps et la science du sien, non, il va s’agir de considérer la pertinence et la fécondité des considérations qu’ils a abondamment livrées, surtout dans l’entre-deux-guerres, sur le passé, le présent et le futur de la planète, sur le rôle de la nation et les risques du nationalisme pour l’avenir de l’Europe, sur le dialogue entre les intellectuels et les pouvoirs, sur les relations entre les forces de l’esprit et les plus brutales réalités des intérêts matériels qu’ils soient individuels ou collectifs. La pensée géopolitique de Paul Valéry, peut-être le mot est-il un peu anachronique, s’enracine bien sûr dans l’époque qui est la sienne, celle de l’espérance que la Grande Guerre soit la dernière, celle de la montée de deux totalitarismes vers un second drame planétaire. Cette époque n’est plus la nôtre, certes, mais la grande crise que nous sommes en train d’affronter suffit en elle-même, parce qu’elle fait écho à celle de 1929, à nous ramener vers des angoisses qui ne sont pas inédites, et sur lesquelles Paul Valéry avait braqué la lucidité d’une intelligence sans pareille. Jean-Noël Jeanneney


Lettre de D.H. Lawrence à Frieda Weekly

15 mai 1912



Ne sens-tu pas ce que mon amour pour toi a d’inévitable, tout comme est inévitable notre mariage. Mais attendons juste un peu, pour reprendre des forces. Deux personnes sous le choc, plutôt mal en point, cela serait un mauvais départ. Donnons-nous un temps d’attente, parce que je t’aime. Ou est-ce que l’attente fait pour toi empirer les choses ? — non, si c’est seulement un temps de préparation. Tu sais, je suis comme les anciens chevaliers, il semble que j’aie besoin d’un certain temps pour me préparer – une sorte de veille en compagnie de moi-même ? Car c’est une grande chose pour moi que de t’épouser, pas une simple union rapide et passionnée. J’ai dans mon cœur cette certitude que « voilà la femme que je dois épouser ». C’est une impression assez terrible – parce que c’est une grande chose dans ma vie – c’est ma vie – je suis un peu impressionné – j’ai besoin de m’y habituer. Si tu penses que c’est de la peur et de l’indécision, tu es injuste envers moi. C’est toi qui dans ta hâte fais preuve d’irrésolution. C’est la force même et le caractère inévitable de ce qui va arriver qui me poussent à attendre, pour me mettre en harmonie avec la situation. Mon Dieu, je vais t’épouser, maintenant, ne le vois-tu pas. Je n’ai jamais rien vécu d’aussi important. Donne-moi au moins jusqu’au prochain week-end. Si tu m’aimes, tu comprendras.
Si je t’apparais simplement effrayé et hésitant — il faut me pardonner.
J’essaie, j’essaierai toujours, en t’écrivant, d’être aussi proche de la vérité que possible. Cela me tourmente, car j’ai peur de te décevoir et j’ai peur que tu sois blessée. Mais tu es forte quand il le faut.
Tu m’as tout entier – je ne flirte même pas – cela m’ennuierait mortellement – à moins que j’aie un peu bu. Il est bizarre de sentir que la passion – le désir sexuel – n’est plus une espèce d’errants, mais est stable et sereine. Je crois que quand on aime, la passion sexuelle elle-même devient sereine, comme une force solide au lieu d’une tempête. La passion qui rend presque fou est très éloignée du véritable amour. Je suis en train de comprendre de choses que je n’aurais jamais cru comprendre – Regarde le poème que je t’ai envoyé – je ne pourrais jamais écrire un tel poème à l’argent et cette infecte mentalité possessive. Je deviens plus révolutionnaire à chaque minute, mais pour l’amour de la vie. Le matérialisme mort du socialisme marxiste et des soviets me semble ne pas valoir mieux que ce que nous avons. Ce qu’il nous faut, c’est la vie et la confiance : des hommes ayant foi en les hommes et faisant de la vie quelque chose de libre, non pas un salaire qu’il faut gagner. Mais si les hommes avaient foi en les hommes, nous pourrions bientôt avoir un monde nouveau et envoyer celui-ci au diable.
C’était un message de plus – peut-être trop fort pour vous. Mais cette infecte comédie, cette injustice – voyez seulement les riches Anglais ici sur la Riviera, ils sont des milliers – me donne la nausée. Les hommes ne peuvent supporter l’injustice.
Bonne année,
DHL