miércoles, 15 de junio de 2016

Miquel Mont, "La economía dicta todo", Galería Formato Cómodo (Madrid)


Visitando la muestra de Miquel Mont (Barcelona, 1963) en la Galería Formato Cómodo de Madrid –"La economía dicta todo" es su título- me preguntaba si de la producción plástica contemporánea española se podría afirmar lo mismo que Pasolini manifestó con respecto al cine de la modernidad, y por "modernidad" aquí debemos entender básicamente las cinematografías que se manifiestan en varios países europeos a partir de los presupuestos estéticos de la "nouvelle vague". Si existe, como él estaba convencido con respecto al cine, un arte de la poesía (que él defendía en el cine y al que quería pertenecer) y un arte de la prosa. De ser válida esta división (mi opinión personal es que sí) cabe preguntarse sobre las razones de que sea tan escaso un arte no tanto "poético" (ello es fácil de conseguir, y precisamente por eso es tan abundante la falsa lírica), como aquel que debe a la Poesía el argumento fundacional de su misma existencia en tanto que objeto de arte. 
Días después, y mientras me acercaba a catálogos de Miquel Mont y obra anterior, seguía pensando en este debate –arte de la poesía/arte de la prosa- mientras recordaba la excelente larga entrevista, o conversación, entre Didier Eribon y Ernst Gombrich, en nueva edición de "Lo que nos cuentan las imágenes", descatalogada ya la antigua edición y que yo no leí en su momento (1992). La inteligencia y sagacidad de Eribon para entrevistar ya la demostró con Lévi-Strauss en "De cerca y de lejos", así como el denso y refinado nivel de su producción ensayística: "Una moral de lo minoritario", "Reflexiones cobre la cuestión gay", y sobre todo, muy especialmente, la maravillosa biografía de Michel Foucault, por citar únicamente los que he leído. Pero lo cierto es que estas "conversaciones sobre arte, historia y ciencia" mantenidas con Gombrich son un perfecto y muy sofisticado diálogo platónico, pues si el entrevistado "es quien es" no menos inteligente, o "visualmente inteligente", resulta Eribon, manteniendo su pregunta/discurso entre una "aventura de la percepción" (Deleuze), o pensamiento de y con la Poesía, y una "des-creación de lo Real" (Agamben), o filosofía sensible de la Prosa. Con su perspectiva siempre escéptica, alejada de todo dogmatismo y de amplio alcance, Gombrich no sólo nos brinda un fascinante relato de su labor como historiador del arte, sino que nos invita a repensar las preguntas fundamentales que recorren la historia, provocando, a su vez, tantas preguntas como preguntas responde. Sin duda, un diálogo entre dos seres muy inteligentes e intelectualmente sofisticados. Un diálogo, bien lo podemos afirmar, y en su más noble y clásico sentido, "griego". Es decir, una Poética de la Imagen y el Discurso. Y justo aquí es cuando debemos volver a la obra de Miquel Mont y su "La economía dicta todo".
Unos días antes de inaugurarse la muestra, el artista ofreció en la galería una acción, o mejor: conferencia performativa, con el título de “Trazas Distanciadas”. Durante su realización fue proyectando diferentes imágenes de obras de autores no muy conocidos, o alejados de una cierta “fama nominal”, junto a gráficos del PIB mundial, los acuerdos de Bretton Woods sobre economía y crédito, fotografías de anarquistas españoles históricos, obras personales, etc… Una inteligente reflexión, en última instancia, sobre la vigencia y operatividad en el presente de análisis de la obra de arte por medio de una libre asociación de texto e imagen, discurso y retórica, obra y contexto social y económico, datos objetivos y especulación filosófica, arte y mercado. Ahora bien, esa “libre asociación” mantiene su “libertad” siempre y cuando mantenga determinadas realidades o preocupaciones estéticas: trazos y gestos intencionales o accidentales, capacidad crítica de lo sensible, particularidades en torno al “régimen de lo visible”, o la relación que se establece entre el proceso creativo y las estructuras sociales, económicas y simbólicas, en la que finalmente esa creación desemboca. Es decir, en estructuras y jerarquías que nada tienen que ver con el impulso inicial que provocó el deseo de su salida al mundo. ¿Es necesario afirmar que esta conferencia/perfomance fue una defensa que Miquel Mont hizo de su propia obra de una manera tan inteligente como sutil, tan “agresiva” como refinada, tan brillante como intelectualmente productiva?
Cedemos la palabra al artista: “esta muestra es un collage mural múltiple, a escala del espacio de la galería, y por naturaleza incompleto, en suspenso, inacabado, tomando este inacabar como una acción, como una invitación a continuar”. Yo interpreto sus palabra como una “objetualización” visual del collage, algo así como pretender un “decoupage” de múltiples sintagmas ópticos y, al mismo tiempo, desear que ese desglose celular se convierta en un único y maravilloso plano secuencia que haga visible por igual la abstracción y su contrario, lo informe y su densidad figurativa. En la obra de Miquel Mont está siempre presente lo que yo calificaría de “estupor lingüístico”, que lo interpreto como la utilización de la abstracción pictórica como epítome de la pérdida del lenguaje, de sus límites y de lo inexpresable que la propia cualidad de la lengua detenta, paradójicamente, como “negatividad” de su natural fuerza y trascendencia. 
Escuchemos de nuevo al autor: “desde hace unos años tengo el sentimiento de vivir inmerso en una situación de urgencia, en un estado de alerta y de tensión debido a la crisis. Una crisis económica en medio del desarrollo continuo y exponencial del capital financiero, y que es una crisis de representación, del capital, de sus manifestaciones, así como una profunda crisis de representación política”. La obra de Miquel Mont, y lo que vamos a decir a continuación, sirve para las obras aquí expuestas tanto como a su producción anterior, se sitúa en el espacio de la ambigüedad visual, o el del emplazamiento cambiante, o en el locus desde el cual la recepción de lo creado altera su significado en función de la diversa y cambiante angulación donde el espectador se sitúe para una mejor comprensión de aquello que permite acceder a la visión total de sus propios activos (“he visto todo”, como insistentemente repite la profesora francesa de “Hiroshima Mon Amour”), y a la vez se protege a sí misma de ese acontecimiento de la visión extrema con la veladura de una piel impostada, con la roja mentira de un estupor lingüístico (“no has visto nada”, le responde su amante japonés en la misma película). La obra de Miquel Montt cumple la función expresiva, “artística”, de un cierto “desquiciamiento”, valga lo rotundo del fonema, como si el lugar al que finalmente ha accedido únicamente existiera en tanto que incansable aceleración entrópica, sin más alternativa o salida que el desbordamiento imparable sobre sí mismo, o como una inundación sin fin previsible y que se derrama por los pliegues y junturas del imposible idiolecto de la representación invisible. Este collage que ahora vemos es como una piel muda y que muda, piel deslizante de serpiente. Pero todo desbordamiento e inundación exige una determinada concepción del espacio y el tiempo, máxime en una manifestación o disciplina como la pintura, al menos tal como la entiende Miquel Mont, siempre obligada a una constante e incansable investigación formal y cromática desde la superficie de un soporte que es, al mismo tiempo, su legítimo histórico y su límite. Es una obra, estoy convencido de ello, que Pasolini diría de ella que pertenece sin discusión a una arte de la Poesía, debatiéndose incansablemente entre una "aventura de la percepción" y una "des-creación de lo Real".

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