sábado, 9 de mayo de 2015

Diarios (2008-2010) Iñaki Uriarte





Sobre el primer volumen se ha dicho:
«Un diario formidable».—Enrique Vila-Matas
«Un ejemplo de naturalidad y agudeza».—Antonio Muñoz Molina
«Cada página, escrita siempre como al desgaire, sin levantar la voz, es un prodigio de ironía e inteligencia».—José Luis García Martín (El cultural, ABC)
«Acierta tantas veces y tan a menudo que se siente la tentación de creer que es un personaje de ficción o una obra maestra rescatada de algún remoto tiempo pasado. […] Solo puede tener razón con tanta frecuencia y humor quien ha descreído de casi todos los sermones».—Jordi Gracia (El País)
«A Iñaki Uriarte me gustaba verlo como un gran lector, como un hombre muy inteligente y sensato ágrafo, un radical del silencio. Pero un día me sorprendió mandándome unos fragmentos del formidable diario que había estado escribiendo a lo largo de los años. Me pareció tan bueno lo que leí que aún no me he repuesto de la impresión. Le envidio porque es libre».—Enrique Vila-Matas
«Iñaki Uriarte ha sido uno de mis grandes descubrimientos del pasado verano. [...] Me dio una gran alegría descubrir que en la portada del libro que leí (Diarios, 2004-2007) decía “segundo tomo”, porque había leído “segunda edición”. O sea que hay un primero, me dije, y corrí a por él. Del mismo modo me apresuro a recomendarlo. [...] Uriarte, como Baroja, no acepta las verdades recibidas. Todo lo repiensa varias veces, pero sin obsesionarse, sin necesidad de predicar o convencer».—Marcos Ordóñez (El País)
Tener buena letra significa en primer lugar tener una letra clara. Escribir bien debería significar en primer lugar lo mismo, ser claro. Que la letra y el estilo resulten además «personales», «originales», «bonitos», «artísticos» o «elegantes», vendría después. Recuerdo lo que le dijo Jon, que estaba entonces con sus primeras clases de caligrafía, cuando Tere le enseñó mi libro. Lo hojeó atentamente y dijo: «¿Y esto lo ha escrito el tío Iñaki? Pues le ha quedado perfecto».
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[…] la primera reacción de ama al leer el libro: «Menos mal que todas mis amigas están muertas».
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«¿Y qué es lo que usted prefiere en un hombre?». «Que me haga reír». He leído innumerables entrevistas a mujeres que responden así. Los que dicen que la mujer es superior al hombre tienen aquí su mejor argumento. Debería haber una asignatura en los colegios: «Cómo hacer reír a las niñas».
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Siempre que alguien menosprecia la «literatura de evasión» pienso que está haciendo un elogio de la cárcel.

viernes, 8 de mayo de 2015

“Un hombre enamorado”, de Karl Ove Knausgård






Cuentan que cuando Proust propuso a Gallimard el primer tomo de la inmensa novela que acabaría siendo En busca del tiempo perdido, André Gide, que trabajaba allí como editor, rechazó el manuscrito después de leer el primer capítulo diciendo: “No entiendo que un señor pueda llenar treinta cartillas para describir cómo da vueltas y más vueltas en su cama antes de poder conciliar el sueño”. Después de que la novela conociese el éxito merecido, Gide, como se sabe, presentó sus avergonzadas excusas al autor, pero su primera reacción ejemplifica claramente la rivalidad entre los dos campos en los que se inscribe toda ficción: aquel que se propone una recreación fotográfica de la realidad, tal como la memoria del autor cree verla, opuesta a aquel que desdeña esa documentación fidedigna y prefiere imaginarla. La primera se enorgullece de contar los hechos tal como se supone que han ocurrido; la segunda, de inventarlos para mejor serles fiel. Ambas mienten.
Podemos imaginar el horror que hubiese sentido Gide ante la vasta obra del noruego Karl Ove Knausgård (1968), quien ha querido narrar su vida en los más mínimos detalles (como Proust, cuya inspiración Knausgård admite) a lo largo de seis tomos de más de seiscientas páginas cada uno bajo el título colectivo y provocador de Mi lucha, como la autobiografía de Hitler. Día a día y minuto por minuto (no todos los días ni todos los minutos), Knausgård nos cuenta su vida. Los dos primeros tomos han sido hábilmente traducidos al castellano por Kirsti Baggethun y Asunción Lorenzo; quizás algún día leeremos la detallada crónica de esta casi infinita y heroica tarea de traducir palabra por palabra, como un eco sagaz, las 4.000 páginas de estas memorias contadas hora tras hora.
Knausgård inicia la crónica de sus luchas en marzo de 2008, sentado a la mesa de trabajo en Estocolmo, puesto que el novelista noruego vive en Suecia. En el primer tomo, La muerte del padre (publicado en castellano en 2012), la lucha de Knausgård es contra la figura del padre alcohólico, muerto en 1998; en el segundo, Un hombre enamorado, la lucha es contra la figura de la muerte. Un hombre enamorado cuenta el fin de su primer matrimonio, el exilio de Noruega, el encuentro con la que será su segunda mujer, el nacimiento de sus hijos. Pero Knausgård está ya en la segunda mitad de su vida y las angustias de ser hijo se transforman en las de ser padre. “La vida es sencilla para el corazón”, dice Knausgård al inicio de su periplo, “late mientras puede”.
Nada resulta más aburrido e incómodo que escuchar el latido de un corazón a lo largo de todas las décadas de una vida: cuando alguien nos cuenta las travesuras cotidianas de sus hijos, nos muestra fotos de sus vacaciones, nos habla de sus problemas matrimoniales. Un editor canadiense me dio una vez este consejo: “Cuando estás escribiendo, piensa que hay un lector mirando por encima de tu espalda, preguntándote: ‘¿Y tú por qué me estás contando esto, a mí que no soy tu mamá?”. Sin embargo, como dijo sabiamente Stevenson, toda novela es chisme. Queremos conocer los detalles de la vida de Alonso Quijano y de Emma Bovary, cuándo comía el uno sus duelos y quebrantos, y de qué color eran las cortinas de la habitación en la que la otra recibía a su amante. Los detalles más pequeños son parte de la realidad de la ficción.
En el caso de una novela que se declara autobiográfica, las cosas son un poco distintas. Saber desde la primera página que los hijos de Knausgård no han ido a la guardería el 29 de julio de 2008, que a su hija Heidi le encantan los zapatos, que Knausgård se sentó a comer un perro caliente, son detalles que, en sí mismos, son incapaces de conmovernos. Ni la descripción de estas nimiedades, contadas en un estilo lacónico que no pretende evitar los lugares comunes y los epítetos trillados, ni la minuciosa contabilidad de los hechos nos interesan ni nos iluminan, cuando de pronto, en medio de otro párrafo mundano, surgen ciertas sombras del pasado, y todo cambia. “Por unos instantes”, cuenta Knausgård mientras baja una cuesta con los niños, “me invadieron los recuerdos, no en forma de sucesos concretos, sino más bien como estados de ánimo, olores, percepciones. Cómo la luz, que a mediodía era más blanca y más neutra, por la tarde se volvía más plena, oscureciendo los colores”. Y entonces ocurre el milagro: la ristra de palabras banales se transforma en gran literatura. Es como si Knausgård tuviera que poner en escena toda la parafernalia de su teatro para poder después enfocar las candilejas en un único objeto o personaje. Entonces el lector entiende: ese vertedero documentario necesita existir para que surja, de vez en cuando, un prodigio que, por sí solo, parecería puramente retórico pero que, nacido de la abrumadora acumulación de detalles, se convierte en una epifanía.
En el primer tomo, Knausgård cuenta cómo, mientras su segunda mujer duerme, él se pone a hojear un libro sobre el pintor inglés Constable, y descubre un cuadro de nubes verdosas, al cual vuelve una y otra vez. La imagen lo hace “temblar por dentro (…) pero al intentar explicar por qué, en qué consistía lo fantástico, fallaba”. Proust cuenta una escena similar: el escritor Bergotte, contemplando un cuadro de Vermeer, se maravilla ante “un retazo de color amarillo” que no había observado antes, y se dice: “Así hubiese debido escribir yo”. Esas nubes verdosas y ese retazo amarillo son idénticos a la visión inefable del escritor, Bergotte o Knausgård, quienes buscan transformar la resaca de los días en algo que los justifique y que también nos justifique a nosotros, sus atónitos lectores.

jueves, 7 de mayo de 2015

12 CHOSES QUE VOUS NE SAVIEZ (PEUT-ÊTRE) PAS SUR MICHEL HOUELLEBECQ




1-Il est originaire de la Réunion
Houellebecq est né à Saint-Pierre sur l’ile de la Réunion. Son père était un guide de haute montagne et sa mère une anesthésiste, sortie major de la faculté de médecine d’Alger. Des parents rapidement désintéressés par le bambin, confié aux différents grand-parents, en Algérie puis en France.
2-Il n’est pas né en 1958
Houellebecq a longtemps prétendu être né en 1958 et non en 1956, comme en témoignait un acte de naissance raturé par une mère qui aurait souhaité voir son surdoué de fiston brûler les classes à l’école. Celle-ci a vertement protesté  («M'accuser d'avoir truqué des actes de naissance alors que c'est lui qui se rajeunit de deux ans, allez savoir pourquoi... Petit con coquet en plus») : l’écrivain a bien vu le jour le 26 février 1956. Il aura donc sous peu 59 ans.
3-Il s’appelle Michel Thomas
Houellebecq est le nom de jeune fille de sa grand-mère paternelle, fervente communiste. Au moment de trouver un pseudo de plume, il a emprunté ce patronyme en hommage à l’amour qu’elle lui témoigna et à son idéalisme. Cette affection est proportionnelle à la haine éprouvée pour sa mère qu’il a longtemps déclarée morte dans les interviews.
4-Il a une formation d’agronome
Au terme d'une scolarité pénible où il se fait constamment bizuter, il intègre en 1975 l’Institut National d’Agronomie d’où il sort diplômé en 1978 avec une spécialisation en « Mise en valeur du milieu naturel et écologie ».
5-Il a été informaticien à l’Assemblée Nationale
Après quelques tâtonnements (des études cinématographiques avortées) et des déboires privés (un divorce peu après la naissance de son fils suivi d'une dépression), il se reconvertit dans l’informatique en 1983. D’abord dans une société de service puis au Ministère de l’Agriculture – théâtre d’inspiration de son premier roman, Extension du Domaine de la Lutte en 1994 – et enfin, en 1990, à l’Assemblée Nationale ; dont il intègre l’équipe informatique suite à un concours pour devenir « adjoint administratif ». Il y restera six ans avant de se consacrer à temps plein à l’écriture.
6-Il a fui les impôts en s’exilant pendant douze ans
En 2000, l’écrivain part s’installer en Irlande avec sa nouvelle femme. Deux ans plus tard, il met le cap sur l’Andalousie mais retourne régulièrement sur l’ile britannique. Fin 2012, lassé de ne pas entendre parler français, il annonce son retour à Paris.
7-Il est avant tout poète
De 1988 à aujourd’hui, il a publié onze ouvrages de poésies diverses. Deux recueils – publiés dans l’indifférence - précéderont ainsi son premier roman Extension du Domaine de la Lutte (1994) qui aura lui-même du mal à trouver un éditeur. Son adaptation au cinéma par Philippe Harrel – qui joue aussi le rôle du héros, alias de Houellebecq -  avec José Garcia lui permettra de dépasser des ventes initiales modestes.
8-Il a enregistré un disque de rock
En 2000, l’écrivain se laisse convaincre par Bertrand Burgalat d’enregistrer un album. Sur Présence Humaine, le pygmalion discographique de Valérie Lemercier (et boss du label Tricatel ) met en  musique les textes de Houellebecq qui les chante – enfin, disons "  marmonne " - lui-même. Il part en tournée avec le groupe maison AS Dragon défendre le résultat sur les scènes de France. L’an passé, Jean-Louis Aubert a lui-même consacré un album – Les parages du vide – à Configuration du dernier rivage, collection de poèmes houellebecquien parue en 2013. Les deux hommes sont devenus proches à cette occasion. L’albumPréliminaires (2009) d’Iggy Pop est lui inspiré de La possibilité d’une île.
9-Un mentor nommé Schopenhauer
Le pessimisme métaphysique, la nausée sociale, le rejet de la « performance » (y compris sexuelle), la conception de la vie comme une longue vallée de larmes ?  Houellebecq partage ses sombres thématiques avec  le philosophe allemand (1788-1860) qui a exercé une profonde influence sur lui, notamment avec Le Monde comme Volonté et comme Représentation. L’auteur de Voyage au bout de la Nuit, Louis-Ferdinand Céline, autre grinçant désabusé, l’a également beaucoup influencé.
10-Il est férocement anti-libéral
« Le capitalisme libéral a étendu son emprise sur les consciences; marchant de pair avec lui sont advenus le mercantilisme, la publicité, le culte absurde et ricanant de l’efficacité économique, l’appétit exclusif et immodéré pour les richesses matérielles. Pire encore, le libéralisme s’est étendu du domaine économique au domaine sexuel . » écrit-il dans son essai  H.P.Lovecraft. Contre le monde, contre la vie.
11-Il est juré du prix 30 millions d’amis
Très intéressé par la part d'animalité qui demeure en l’homme et multipliant dans son œuvre les comparaisons entre l’univers des humains et celui des bêtes, Houellebecq est un ami revendiqué de ces dernières. Spécialement des chiens (le décès du sien, Clément, l'affecta beaucoup) et des … cochons. Au point d’accepter l’invitation que lui fit en 2011 la Fondation 30 millions d’amis de participer à l’élection du lauréat de son prix littéraire.
12-"Soumission" n’est pas sa première provocation anti-islamique
En 2001, dans un entretien accordé à Lire, Houellebecq fait scandale en déclarant « La religion la plus con c’est quand même l’Islam. Quand on lit le Coran, on est effondré…. Effondré ! ». Poursuivi par diverses associations musulmanes mais aussi par le MRAP et la Ligue des droits de l’homme pour incitation à la haine raciale, l’écrivain est relaxé par le Tribunal qui retient son droit à émettre des opinions critiques sur les religions.

miércoles, 6 de mayo de 2015

Fernando Arrabal: Houellebecq.





El poeta y dramaturgo español Fernando Arrabal presentaba su nuevo libro en París bajo el título "¡Houellebecq!". El texto ha sido editado en la capital francesa y el autor aseguró que en España no se le toma "en serio".

París | El dramaturgo y poeta español Fernando Arrabal, que pronto celebrará sus 50 años "de paso" en París, dijo que en España no se le toma "en serio", al presentar su último libro editado allí: "¡Houellebecq!", "una joyita". "En España no me toman en serio porque piensan que soy un joven provocador", señaló Arrabal, de 72 años, ante un grupo de periodistas y allegados reunidos en su casa-museo de París con motivo de la presentación del libro editado por Muley-Rubio.

Pero él no se considera "en absoluto" un provocador, pues al igual que su amigo, el polémico escritor francés Michel Houellebecq, nunca ha "sentido la voluntad de hacer provocación", que -recordó- viene del griego y significa "trampa en la que se cae". "La provocación es una cosa misteriosa, un accidente del azar", y, al igual que "el éxito, el fracaso o los premios", es "un accidente", reflexionó Arrabal, tras aludir "a la teoría de los motivos" que versa sobre la hipótesis de establecer "una ecuación matemática sobre el futuro". "Puede que un día se conozca en España mi teatro, mi cine. Puede que ocurra o que no ocurra...", barajó el ganador del Premio Nacional de Literatura Dramática 2003 por su "Carta de amor".

Su "error", reflexionó Arrabal, fue haber escrito "Carta a Franco", en la que comenzaba "usted es la persona que más daño me hizo, condenó a muerte a mi padre y prohibió todas mis obras", cuando el dictador aún estaba vivo, pues "todo el mundo sabe que hay que pisar la cola del león cuando está muerto".

Entre sorbo y sorbo de vino tinto, sentado frente a su auditorio tras una robusta mesa de madera y de espaldas a una tela ("El gran cuadro del siglo XX", de Felez) en el que aparece como la figura central de una composición que recuerda a la última cena de Juan de Juanes, Arrabal reconoció que ha "pensado mucho" en volver a España. "Pero, España -dijo- no ha pensado nunca en que yo regrese", y, en París, donde en diciembre se cumplirán 50 años que está "de paso", no se encuentra "demasiado mal": "los sufrimientos son fuertes, pero los puedo tragar".

En alusión a la tendencia "olvidadiza" de España con Arrabal, su editor, Fernando Utrera, "devoto" del escritor, le felicitó por ser el autor del único libro sobre Cervantes ("Un esclavo llamado Cervantes") que no ha sido reeditado este año.

Un comentario que divertió enormemente a Arrabal: "Si hubiese existido el Premio Cervantes en la época de Cervantes se lo habrían dado a Avellaneda", ironizó, y sin querer fabular sobre sí Cervantes habría votado a favor de la Constitución europea, se mostró seguro de que de haberla escrito "la habría resumido en una página". 
Un museo Arrabal en España

Sobre el proyecto de crear un museo Arrabal en España, el autor, vestido como siempre de negro y con una pajarita de tonos rojos deslazada, confirmó que "está olvidado", tras recordar que tiene "la colección más interesante" sobre el surrealismo y la patafísica. "Vaya sofocón va a tener mi hijo, doctor en vacas locas, el día en que decidamos (él y su "Dulcinea", Lis) dar el gran salto", dijo.

Una impresionante colección a la que ha sumado otra obra ("El gran cuadro de la poesía y la ciencia"), de Felez, quien recordó que desde hace 40 años pone imagen a las ideas de Arrabal.

La tela que emula "La fragua de Vulcano" de Velázquez retrata a eminentes científicos que tratan de lograr la clonación humana. Es precisamente la "ciencia", aunque también "Dios y el sexo", los ejes que estructuran las conversaciones de Arrabal y Houellebecq, a quien el escritor español defendió con ahínco cuando fue juzgado por "blasfemia" por decir que "el Islám es una religión gilipollas" en su novela "Plataforma".

martes, 5 de mayo de 2015

Karl Ove Knausgård





Durante tres años seguidos, Karl Ove Knausgård escribió veinte páginas diarias sobre su propia existencia. El escritor noruego pretendía superar así una larga crisis creativa, pero también la trágica desaparición de su padre, fallecido tras ingerir cantidades industriales de alcohol junto a una abuela senil e igualmente ebria, pocos meses antes de que el autor cumpliera 40 años. Knausgård siguió escribiendo hasta concluir una saga de seis volúmenes autobiográficos, escritos con lucidez existencial y honestidad sanguinaria, a la que la que confirió el polémico título de Mi lucha, que reconoce haber escogido como pura provocación.
Su aventura terminó en 2011, cuando ya se había convertido en un fenómeno de masas en Escandinavia. Desde entonces, también lo es en el mercado anglosajón, donde se le ha comparado con Proust y W.G. Sebald, además de ser adulado por autores como Jonathan Lethem, Zadie Smith y Jeffrey Eugenides –“ha roto la barrera de sonido de la novela autobiográfica”, sentenció este último–, beneficiado por el respaldo del todopoderoso agente Andrew Wylie, responsable del boom internacional de Roberto Bolaño. Tras un primer volumen centrado en su progenitor, La muerte del padreAnagrama publica ahora el segundo tomo de la saga, Un hombre enamorado, que versa sobre las frustraciones de su vida diaria como padre de familia, relatadas con todo lujo de detalles. “Yo quería dejar a Linda, porque siempre se estaba quejando, siempre quería algo distinto, y nunca hacía nada para conseguirlo. Se limitaba a quejarse, quejarse y quejarse”, sostiene sobre su mujer nada más empezar.
Pasan unos minutos de los dos de la tarde. Knausgård, hombre de rostro torturado y mirada cristalina, aguarda en el andén de la estación de Ystad, pequeña ciudad en la costa sur de Suecia a la que se mudó junto a su familia hace tres años, huyendo del mundanal ruido de Estocolmo. Una vieja camioneta llena de objetos desordenados –libros de Per Petterson, una temporada de la serie Mad Men y hasta una muñeca Violeta, la heroína argentina de la factoría Disney– nos conducirá hacia su hogar, una casa de campo tradicional dotada de un espacio de trabajo independiente que huele a tabaco y cafeína, presidido por una batería que dice tocar de vez en cuando. La entrevista tendrá lugar en el sofá naranja de su biblioteca, donde conviven Stig Dagerman, Virginia Woolf y los ensayos de Montaigne. “Me estudio más que ningún otro asunto. Yo soy mi física y mi metafísica”, dejó dicho el pensador francés. Damos por sentado que, siendo autor de 3.600 páginas sobre su propia vida, lo comparte sin matices.
El éxito del proyecto reside, precisamente, en la transgresión de ese tabú. Al recorrer sus páginas, uno tiene la sensación de allanar su morada y adentrarse sin permiso en su privacidad. De hacerse con un diario personal escondido en un cajón y leerlo con avidez, para terminar descubriendo secretos extrañamente familiares. Retraído pero nada hermético, Knausgård asiente. Existe placer en el hecho de leer sobre vidas ajenas, pero también en el de contar la tuya. Narrar tu propia existencia resulta casi lujurioso. Y, como toda lujuria, viene acompañada de culpa y de vergüenza. Por lo menos, eso es lo que he sentido yo”, asegura.Llevaba tiempo trabajando en el libro, pero no encontraba la forma adecuada de tirar adelante. Un día me puse a escribir de manera embarazosamente confesional, contando cosas íntimas de las que nunca había hablado antes”, empieza relatando. Cuando se lo enseñó a su editor, le dijo que le parecía digno de “un maníaco”. Ese día entendió que lo había encontrado. “Había en el texto una energía infrecuente. Abordaba una intimidad de la que se supone que no debe hablar una novela”, explica.
Pregunta. Su proyecto ha causado un sufrimiento atroz a su alrededor. Su madre le intentó disuadir para que no lo publicara, su ex mujer le ha condenado públicamente, la familia de su padre no le habla y su actual esposa terminó deprimida. ¿Cómo consiguió tirar adelante?
P. Entonces, ¿cree que ha valido la pena?Respuesta. Me repetía que el libro era más importante que mi vida. En aquel momento, lo creía de verdad. Cuando uno crea algo así, debe quererlo con todas sus fuerzas. Si no, el proyecto no resulta valioso. Eso no quita que fuera difícil e incluso descorazonador. Yo siempre me había visto como una buena persona. Y este libro no era el acto de una buena persona. Pero, por una vez en mi vida, me dije que tenía que ser honesto.
R. Sí. Estoy feliz de que estos seis libros existan. Lamento haber hecho daño a los demás, pero no puedo decir que lo sienta. Dicho esto, dudé mucho. Cuando mandé el manuscrito a mi entorno y todos reaccionaron tan mal, me planteé no publicarlo. Ya lo había escrito, ¿para qué necesitaba que lo leyeran los demás? Entonces me di cuenta de que necesitaba el aplauso ajeno. Solo lo siento por mis hijos. El precio que pague yo no me importa, pero el que puedan pagar ellos, sí.
Se calcula que uno de cada cinco noruegos ha leído alguno de sus libros. Algunas empresas tuvieron que prohibir sus novelas para evitar que los trabajadores se desconcentraran en horario laboral. Lejos de alegrarle, el éxito le perturbó. “Yo procedía del mundo académico y me consideraba un tipo serio que hablaba de cosas importantes. No me veía como un autor de best sellers”, reconoce. “¿Cómo era posible que me sucediera esto? ¿En qué había fallado? El éxito me provocó un problema de identidad. Afectó a la imagen que tenía de mí mismo”. Es cierto que sus novelas anteriores tenían un perfil más erudito. Su segundo libro, Un tiempo para todo, versaba sobre la conexión entre lo humano y lo divino, además de reinterpretar pasajes de la Biblia. En cambio, Un hombre enamorado habla de calentar biberones y preparar papillas, de sortear desdichas domésticas y ganar batallas conyugales a riesgo de perder la guerra.
R. Nunca me lo planteé racionalmente – responde, soltando su primera y última carcajada. – Sentía una gran frustración, provocada por mi vida familiar. Me decía que mi vida no tenía sentido y soñaba con marcharme. Hoy me sigo sintiendo así, pero menos. Este libro resolvió algo en mi interior. Antes veía a mi familia como el enemigo. Ahora los veo como aliados. La recepción del libro fue tan extrema que agradecí que estuvieran a mi alrededor para protegerme.P. ¿Cómo pasa uno de las sagradas escrituras a los pañales de sus hijos en menos de media década?
P. ¿Ahora ya no cree que sería mejor escritor si no tuviera familia?
R. No, porque estaría totalmente aislado. Tener mujer e hijos me obliga a la interacción social, a enfrentarme al otro. Y de esa confrontación surge algo indudablemente bueno. Cuando era joven me marchaba largas temporadas a islas semidesiertas, porque creía que así era como uno debía escribir. Con el tiempo he entendido que hay que aprovechar lo que tienes delante. Sin ese conflicto familiar, mi libro no existiría.
P. En el primer volumen, define esa lucha como un enfrentamiento “contra una fuerza superior”, pese a no ser religioso. ¿En qué consiste entonces esa fuerza?R. No. Siempre me ha parecido un buen título. Al final del sexto libro hablo sobre Hitler, aunque no fue premeditado. Me interesa la diferencia entre individuo y masa.
R. Me resulta imposible responder con precisión. Existe un gran anhelo en el libro por vivir en el momento presente. Es algo que solo me sucede con la lectura, la escritura y el arte. Es un sentimiento parecido al que debía de ofrecer la religión: una conexión con el mundo, un esplendor de la existencia. Mis hijos no estudian la Biblia en el colegio y lo siento por ellos. Se está perdiendo un lenguaje, una mitología, una manera de experimentar el mundo. ¿Dónde ha quedado el éxtasis? ¿Ha adoptado otra forma o ya no lo necesitamos?
P. Dígamelo usted.
R. Diría que la cultura del entretenimiento ha sustituido a la religión en solo un par de generaciones. Mis hijos crecerán en un mundo muy distinto al de mis padres. Me da pena, pero tampoco me opongo a ello. ¿Qué puedo hacer si a mi hija le gusta Violeta? Cada generación tiene las llaves de su tiempo.
P. Suecia, Noruega y Dinamarca encabezan la lista de naciones con mayores índices de felicidad, según datos recientes de la Universidad de Columbia. ¿Intensifica eso su desapego?
R. Tal vez tenga envidia de esa gente, porque yo nunca he sido feliz. Ya sabe que existe una larga tradición de intelectuales escandinavos depresivos, de Ingmar Bergman a Lars Von Trier [sonríe]. Ser escandinavo significa formar parte de una sociedad que, desde que eres niño, te repite que no eres más importante que tu vecino. En la fotografía más conocida del Rey de Noruega, aparece en un tranvía vestido de calle y enseñando su billete. Ese proyecto social igualitario me parece bueno. El problema es que implica un consenso excesivo. En Escandinavia, todo el mundo piensa lo mismo. Y, cuando te atreves a decir cosas opuestas al consenso, eres considerado un ser malvado.
P. Pues en el libro dice unas cuantas. Por ejemplo, pone matices a la igualdad entre géneros y dice sentirse “emasculado” como hombre.
R. Eso responde a una gran inseguridad respecto a mi propia masculinidad. Un hombre de verdad no tendría problemas en criar a sus hijos. Ahora he cambiado un poco. He encontrado una manera de ser padre sin sentirme amenazado, tal vez porque vivo en el campo, donde los roles de género son más tradicionales que en la ciudad. Cuando vivía en Estocolmo presencié una conversación entre dos hombres que discutían sobre si era mejor llevar al niño de cara o de espaldas en la mochila porta-bebé. Me produjo un intenso sentimiento de claustrofobia. Odio que seamos cada vez más parecidos. Es mi definición del infierno.
P. ¿Qué escribe uno después de un proyecto como este?
R. De momento, muy poco. Tengo que superar lo que me ha pasado para ser capaz de seguir adelante. Necesito escapar a lo que soy y sentirme libre. Me he puesto a leer sobre física, disciplina de la que no sé nada, para ver si logro reinventarme. De momento no ha dado resultado. El año pasado intenté empezar una novela. Escribí cuarenta páginas abominables. Sé que es posible que no vuelva a escribir nada que merezca la pena publicar.

lunes, 4 de mayo de 2015

Walter Benjamin regresa a la urbe




Hace año y medio, en enero de 2014, di cuenta de la aparición del primer volumen de la Obra de los pasajes, nombre que toma en la edición de Abada el célebre Das Passagen-Werk, magno trabajo inacabado de Walter Benjamin. Allí anunciaba la publicación del segundo volumen en unos meses. Han sido bastantes más de los que suponía, pero por fin aquí está el cierre de la obra. Nadie que comprara el primero puede quedarse sin el segundo y aquellos que prefirieron esperar a que la obra estuviera completa, ya pueden ir a la librería con una maleta. Los dos volúmenes suman 1.662 páginas. Una edición colosal en inmejorable traducción de Juan Barja.
Ustedes se preguntarán si es éste el momento idóneo para entrar en una obra semejante, inmensa cantera donde se acumulan los materiales y las herramientas anhelantes del obrero que es cada lector y de quien se espera trabajo, reflexión, imaginación y esfuerzo. Sí, así lo creo. No se me ocurre mejor momento que éste, cuando todo aquello de lo que habla Benjamin está balanceándose en el filo del precipicio.
El primer volumen comenzaba con esa pieza seminal que ha dado lugar a un replanteamiento general del juicio sobre las grandes ciudades industriales, las diversas metrópolis cuyo modelo inicial fue París. En aquel París, capital del siglo XIX, había mayor número de ideas en aluvión y sin apenas desbroce que en toda la obra de los urbanistas hasta ese día. A esas escasas páginas le han nacido las doce tribus del pensamiento sobre la ciudad contemporánea. Lo asombroso es que el breve artículo era sólo el anuncio de un trabajo extenso e intenso sobre los orígenes del capitalismo para el que Benjamin acumuló tal cantidad de materiales que su pura presencia impidió la realización del proyecto. Parece un cuento de misterio: cuando Benjamin ya lo supo todo sobre la fantasmagoría capitalista del XIX, se desentendió del asunto principal.
En el segundo volumen prosigue la edición de las Notas y materiales. Son otras 800 páginas sobre los asuntos esenciales de su investigación. Hay capítulos sobre el desarrollo técnico, que iba a ser la nueva religión de las metrópolis hasta el día de hoy. Las vías férreas, la litografía, la fotografía o la escuela politécnica emergen como embriones del futuro (y actual) desarrollo del Titán. Fourier, Saint-Simon, Marx son los barbudos abuelos veterotestamentarios. Victor Hugo, Daumier, el Jugendstil, los momentos de iluminación del capitalismo de las catacumbas. Y así sucesivamente. Como el condenado a muerte de Borges, el cual, tras observar con suma atención la piel del jaguar que va a devorarlo vivo, descubre la escritura secreta del universo, lo que le permite leer el firmamento estrellado y averiguar el plan universal de los dioses de manera que ya la muerte no le importa, así también Benjamin, tras acumular en las que llamó Notas y materialesmiles de citas, comentarios, fragmentos, ideas y esquemas, dejó de ocuparse en aquel asunto vagamente marxista sobre el capitalismo y pasó a consideraciones de mayor calado sobre la existencia de los humanos y su historia. Los alemanes le facilitaron la salida. Dado que iban a matarle y estaba condenado a muerte, prefirió suicidarse en Portbou.
Como en el anterior, ocupa un lugar privilegiado el ocioso paseante que es el nuevo actor de la representación urbana, el flâneur que escruta, observa, vigila, advierte, las peculiaridades de esa sociedad apiñada en espacios exiguos. Este es el padre del investigador moderno, sociólogo, etnólogo, antropólogo, novelista, detective privado o asesino en serie, pues todo irá naciendo del primer flâneur,desde el criminal que aprovecha el anonimato metropolitano para degollar prostitutas, hasta el poeta que se sumerge en las ondas embriagadoras de la multitud, como escribió Baudelaire.
Desde que la obra de Benjamin comenzó a divulgarse con una cierta seriedad, tan tarde como en los años sesenta del siglo pasado, su figura ha ido creciendo hasta hacerse inevitable. En la actualidad estudian a Benjamin en los centros de negocios, en los departamentos de Arquitectura, de Ingeniería, de Teología, de Sociología, de Economía, de Bellas Artes, en fin, en todos los departamentos menos en los de Filosofía. Exagero, también en los de Filosofía, aunque algo más tarde. El retraso se debió al marxismo de Benjamin, que viene a ser como el cubismo de Morandi, o sea, nulo, lo que irritaba a los profesores progresistas, que son legión. En la actualidad, Benjamin ha permeado ya hasta las redacciones de las revistas de peluquería. Es algo preocupante. Justamente, para júbilo de los benjaminianos, merece la pena informar de que se acaba de editar el libro del amigo de Benjamin que inspiró la figura del flâneur, Franz Hessel, cuyos Paseos por Berlín (errata naturae) escritos en 1929 son el modelo de lo que el filósofo explicará largamente en los Pasajes. Y también es un maravilloso viaje por la metrópolis de hace casi cien años que nos permite descubrir, no ya los cambios, sino las metamorfosis de la vida berlinesa.
La edición se completa con una extensa sección en la que el editor explica la composición de Pasajes mediante cientos de cartas de Benjamin a Adorno, a Scholem, a Horkheimer, a Hanna Arendt, con decenas de respuestas. Es una antología epistolar del filósofo, imprescindible para cualquier aficionado. Admirable e imprescindible edición. Justamente por su enorme popularidad, apenas hay obra contra Benjamin o crítica con sus posiciones. Sólo de vez en cuando alguien se atreve a poner en duda algunos de sus juicios. En un reciente trabajo de Joan De Jean (How Paris became Paris), por ejemplo, se corrige que el plan de Haussmann para la remodelación de la urbe respondiera a las ideas tan avanzadas y racionales que supone Benjamin. Sorprendentemente para el criterio actual, De Jean afirma que quizás se trataba de completar la reforma de Luis XIV, las grandes avenidas y bulevares construidos bajo su reino en las viejas defensas devenidas obsoletas por el avance de la artillería. Paradoja: habría sido una continuación tradicionalista del diseño monárquico y no una invención revolucionaria. Una golondrina no hace verano. Estamos aún a la espera de una visión en verdad crítica de esta obra inmensa, caótica, imaginativa, onírica, que tanto se parece a nuestra propia época. Quizás por eso la amamos tanto.

De lo espiritual en el arte










De los trabajos teóricos de Kandisky este publicado en 1911 siendo el primero de ellos, ha sido tambien el mas traducido y publicado. Es un plano personal narrativo que tiene como finalidad la practica de la abstraccion. El proposito del libro es motivar la capacidad de captar cosas espirituales dentro de las cosas materiales.
Aunque Kandinsky se expresa en un lenguaje de claras resonancias orientales, lleno de analogías, y suele resolver las dificultades de la expresión escrita por medio de asociaciones sensoriales y lingüísticas, el texto ostenta un estilo impecable y ha acabado ejerciendo, gracias a su gran poder comunicativo, una influencia profunda e indiscutible.