miércoles, 9 de septiembre de 2015

Esbozos dandystas en la obra de Juan Ramón Jiménez







"El dandysmo, que es una institución fuera de leyes, posee leyes riguro- sas a las cuales deben estrictamente someterse todos sus miembros, quienes quiera que sean, sin tener en cuenta el ardor y la independencia de su carácter" (1). Con estas palabras de Baudelaire damos entrada a un tema poco estudia- do, aplicándolo—se entiende— al poeta moguereño. Lógicamente es bastante remoto el tema del estricto dandysmo en la poesía de Juan Ramón, aunque no del todo en su persona. Sin embargo, de esas 'leyes rigurosas' de las que habla el poeta francés, podríamos aplicar algunas de ellas a Juan Ramón, pero sí daríamos con un gran individuo que en un momento determinado de su vida poseyó muchas de las características que definen a un auténtico dandy.
El dandysmo —como dijo Barbey D'Aurebilly— es una manera de ser, y si partimos de la base de que para nuestro poeta vivir y poetizar ha sido lo mismo, no nos será difícil —aunque sí algo pretencioso— escarbar en su vida y en su arte con el fin de ver en él ciertos reflejos dandystas.
Ya algunos autores han tratado de sacar del tiesto romántico-satánico del siglo XIX la floración del dandysmo y se han remontado a muchos siglos atrás. Así, se nos ha hablado de Alcibíades y de sus extravagancias, de Catilina, de Filipo, de César —y más recientes—, Sheridan, Brummeí, Byron, Wilde o el propio Baudelaire. Aunque el personaje en cuestión —en su esencia— nace y toma el nombre en el Romanticismo, ha llegado prácticamente hasta nuestros días y su espíritu no morirá nunca, al igual que ya existía muchos siglos antes de su nacimiento. Recordemos unas palabras al respecto de Barbey cuando habla- ba de Brummel: "El día en que la sociedad que produjo a Brummel se transfor- me, ya no habrá dandysmo. (...)Todo ha concluido, todo ha muerto en aquella hermosa sociedad que tuvo a Brummel por ídolo porque él era su expresión en las cosas mundanas, en las relaciones de puro divertimiento. Un dandy como Brummel no volverá a verse, pero hombres como él, y aun en Inglaterra, cual- quiera que sea la librea que les ponga el mundo, ios habrá siempre. Ellos testifican la magnífica variedad de la obra divina: son eternos como el capri- cho. Y la humanidad tiene tanta necesidad de ellos y de sus atractivos como de los héroes más imponentes, de las más austeras grandezas" (2).
Y antes de que dibujemos estos esbozos, que no sólo están en Juan Ra- món, sino en otros artistas de su época y posteriormente a ella, vamos a tratar de perfilar algunos aspectos del dandy que, aunque son de sobra conocidos, conviene recordar: El dandy es un rebelde contra la sociedad, contra el tiem- po, contra la idea prefijada de los otros; es un esteta (aquí entraría el capítulo de la moda, que ya veremos más adelante), un mito, un snob, un artista que
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epata, que repele, que seduce. Es individualista, atrevido, es un estilo; adopta la esterilidad, la impasibilidad, el mal. Se ha dicho que traslada incluso el arte, la creación, a su persona, hace de su vida un arte. Y que el dandy puro no debe hacer nada. Es una forma de entender el mundo.
Pero entremos en Juan Ramón aclarando y aumentando algunas de estas características de las que él participa. El poeta de Moguer se nos presenta en sus primeros años como un joven que ha observado la decadencia de finales de siglo, que ha bebido en los románticos: Byron, Hugo, Lamartine, Musset, Hei- ne, etc. y se quiera o no estos artistas alteran de alguna forma, o mejor dicho, modelan su personalidad. Por otro lado, su carácter retraído, tímido, casi en- fermo; colaborando todo ello a ese aislamiento al que se ve sometido por pro- pia voluntad.
A veces se nos ha mostrado a un Juan Ramón —en su juventud— triste y encantador con los amigos, joven, bello, como el dandy, sufriendo de spleen ante las tardes inacabables, el amor lejano de Georgina o sumido en una deso- lación inexplicable, desesperanzado. Como el dandy, nuestro poeta se aparta de la sociedad, es individual, y en su brillo —solitario, nostálgico, altivo— se justifica. Su pose, su brillo, su elegancia, lo caracterizan. Su individualidad se ha puesto siempre de manifiesto y en ella ha construido los cimientos de su arte.
El propio Villaespesa decía: "es un alma enferma de delicadezas; alma melancólica que, asomada a la ventana del éxtasis, espera silenciosa la llegada de 'algo' muy vago... El Amor...; la Gloria... tal vez la muerte"(3).
A los 18 años —dice Graciela Palau de Nemes(4)— "este Juan Ramón sin barbas, de bigote fino sobre los labios sensuales, era un joven de facciones delicadas (...). La frente amplia hacía resaltar aún más ese fondo de ensueño y melancolía de sus ojos moros, y el porte de señorito: macfarlan'gris y bombín negro, anunciaba su buena cuna". Y es que la buena cuna —según Balzac— es fundamental para la vida ociosa que conlleva el dandy. Y añade: "para ser verdaderamente fashionable hay que gozar del descanso sin haber pasado nun- ca por las terribles pruebas del trabajo o de la ocupación. Es decir, haber conseguido el premio de la lotería, heredado a su padre millonario, ser prínci- pe, sinecurista o acaparador, o mejor dicho, hijo de acaparador"(5). Y de la clasificación que hace, en tres categorías, de los personajes creados para la civilización moderna: Los que trabajan, los que piensan y los que no hacen nada, relaciona al dandy con este último grupo, el de la vida elegante. Juan Ramón se nos presenta como una mezcla entre estas dos categorías: "El artista siempre es un ser majestuoso —dice Balzac1, tiene una vida y elegancia propias porque en él todo es reflejo de su inteligencia y gloria"(6). En general no acata las leyes, las Ímpone"(7). Y conectando con esta idea es obligado hablar de la elegancia en Juan Ramón, algo innato en él: "Rico puede uno hacerse; elegan- te se nace"(8). El poeta de Moguer "por sus tendencias, pudo haber sido un poeta a la manera de San Juan de la Cruz, pero entre los derroteros del espíri- tu, él tomó el de lo bello y no el de lo divino, reacción típicamente andaluza y, en gran parte, consecuencia de su vida desahogada, sin privaciones de ninguna
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clase. Ya en Rimas se nota el ansia de lo bello que ha de llenar la obra del poeta:
"¡Qué triste es amarlo todo, sin saber lo que se ama!
¡Ah, si el mundo fuera siempre una tarde perfumada...!"(9)
Observamos en estos versos su gusto por la elegancia, al esteta que adop- ta la esterilidad, la impasibilidad.
Sobre la elegancia y la moda escribió largo en su época Balzac, dejándo- nos todo un tratado, en el que hablaba igualmente de la indumentaria. Decía: "El dandysmo no es un traje que camina solo: es una cierta manera de llevar- lo... y la realidad del dandysmo es humana, social y espiritual". Dandy es el que sorprende con su moda, la crea él mismo, la tergiversa. Pero no hay que confundir dandy con elegante, pues este último acata una norma y el dandy crea su propia moda. Se trata de un uso personal, de una manera de llevar las cosas. Es en realidad una manifestación externa de una forma de entender el mundo, de un pose, de un estilo. Pero el dandy es siempre el hombre, nunca el vestido. Dandysmo puede ser una manera de coger los guantes, de tomar asiento, de llevar un traje. Y claro está, la elegancia cuenta. Balzac afirmaba que la elegancia da interés a la vida, la dramatiza.
En 1925 Rafael Cansinos-Assens comentaba de Juan Ramón: "encontra- ba tiempo que dedicarle a su soledad. Persona metódica, de exterior apacible y un volcán en el seno, desde su juventud el poeta supo ser un propio carcelero, el guardián celoso de lo suyo. Sus umigos del sanatorio lo hallaban quieto y frío como una sombra, impasible, pulcro como un mármol, no sólo él sino su alrededor"(10). A ésta debemos sumar la opinión de Miguel Pérez Ferrero en 1946: "Ya para esa época, ytal vez por el luto de su padre, Juan Ramón vestía de oscuro, 'con la elegancia de un dandy', según la opinión de sus contemporá- neos. Su porte era demasiado severo para sus veintidós años. Antonio Macha- do le hallaba pálido y circunspecto y contaba que siempre se dirigía a su interlo- cutor en tono ceremonioso y distante"(ll). A esto habría que añadir el rigor a su apariencia que le daba la barba. Como el dandy, Juan Ramón parece que encuentra la armonía en sí mismo, en su estética, en su traje, en su personaje. Da la densación de que él mismo está forjando —quizás inconscientemente— un personaje que se distingue de los demás.
Balzac en su tratado de la elegancia afirma que la indumentaria, la alco- ba, el lecho, el carruaje son abrigos y refugios de la persona, de la misma manera que la casa es refugio y abrigo de todas las cosas que rodean al hombre.
Cuando Juan Ramón era visitado por sus amigos —en sus primeras es- tancias en Madrid— se comporta ante ellos con cierta indiferencia, da la sensa- ción de que no se irrita por nada, tiene —como el dandy que nos presenta
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Balzac— el tacto especial de preverlo y prevenirlo todo. Al igual que éste, "parece el prototipo personal más digno de ser imitado. (...) Sin embargo, resulta una de las más difíciles aventuras, porque la base principal de esta potencialidad social reside en la posesión de un alma grande"(12).
Otros datos acerca de su persona nos lo facilita Gómez de la Serna, quien "recuerda que su amigo..., se le reveló como una figura rigurosa y acerba, con una barba demasiado material y rotunda —una barba de luto riguroso—, con una mirada fiera, negra y voluntariosa. Se le apareció el poeta como un'hom- bre duro, pero de gran presencia, 'una presencia ingente, recalcitrante, eviden- te, imperiosa; un hombre parado y secreto, evidente no sólo de lo ideal, sino de lo real, atónito y suficiente, con una suficiencia desesperada, rebelde, encarni- zada, ansiosa...'(13). Ahí mismo, en Retratos contemporáneos va a añadir que "se le hacía difícil sostener una conversación con el poeta", llegando incluso a molestarle su porte. "Fuera o dentro de su casa, Juan Ramón siempre ha esta- do bien vestido, bien puesto", y Ramón se quejaba—dice Palau de Nemes— de que 'no se puede visitar a aquel que todos los días está como el día de su santo'(15). Y de nuevo hemos de sacar a colación a Balzac, quien afirmaba que "la toilette es la expresión exacta de toda sociedad". Y especifica que más que en el traje, la elegancia de la toilette consiste en la manera de llevarlo. "La toilette es a su vez un arte y una ciencia, un sentimiento y una costumbre"(15). Y en esa época no era sólo Juan Ramón quien se distinguía por su apariencia, pues en el propio Rubén Darío se pueden apreciar ciertos matices de extrava- gancia, de snobismo:—en el sentido más cercano a dandysmo y no en el otro—. Se dice que los poetas iban a verlo y lo encontraban a veces sentado en la cama en camiseta o con levita entallada y sombrero de copa puesto, como dice Juan Ramón, escribiendo de pie sobre una cómoda(16). Incluso en Villaespesa—re- cuerda Juan Ramón—, que paseaba con abrigo, levita canela y pelado sombre- ro de copa(17) y se comportaba de una forma algo provocativa, insultante, snobista, quien para llamar la atención de su acompañante, insultaba a cual- quiera en voz alta, diciéndole luego que era "tal o cual escribor imbécil"(18). Pero no hay que confundir los tonos snobistas de Villaespesa o de muchos otros con el dandy. Pues este último no necesita hacer ruido para que las mira- das recaigan sobre él, el snob en el fondo lo que quiere es que se repare en su persona, y el dandy es ante todo un aristócrata solitario. Y de esto tenía bastan- te el poeta moguereño, que era un aristócrata por fuera y por dentro, poseyen- do además la aristocracia del espíritu, esa que no se adquiere de nacimiento(19). Darío decía: "su vocabulario era de la aristocracia artística de todas partes"(20). Otro andaluz que tuvo mucho de dandy fue Luis Cernuda. En Ocnos publica el poema en prosa titulado "El Indolente", y allí dice: "no seré nada, y entonces mi vida tendrá esa admirable gratuidad de las existencias perfectas"(21). Tras estas palabras flota —no cabe duda— el fantasma del dandy por excelencia, Brummel. Ahí está la gratuidad, el vivir para el instante, la elegancia, la indiferencia, la impasibilidad dei dandy. El mismo Juan Ramón aporta en Españoles de tres mundos algunos datos interesantes sobre Cernuda: "Y vestido de actual modo negro su moreno amarillo, llegó al tren de la tarde con un ramito de clavellinas blancas en la cuidadosa mano. ¡Adiós! ¿Cómo se
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perdía luego y sin madre, en el crepuscular laberinto de Santa Cruz, este delga- do solitario, erecto desdeñoso?"(22).
Alguien podría confundirse y creer que dandysmo y manera de vestir son dos cosas similares. Pues bien, sobre esto es Barbey D'Aurebilly quien nos aclara que el dandysmo es algo más que el vestido: "Los espíritus que no ven de las cosas más que su apariencia han imaginado que el dandysmo era ante todo el arte del atuendo, una dichosa y audaz dictadura sobre la compostura y la elegancia exterior. Ciertamente —dice Barbey— que también lo es, pero es al mismo tiempo mucho más. Toda una manera de ser, y precisamente en el aspecto materialmente visible. Una manera de ser compuesta por entero de matices"(23).
Y ya es hora de que nos hagamos la siguiente pregunta: ¿Juan Ramón era un dandy o simplemente una caricatura de éste? La respuesta la estamos tra- tando de encontrar desde las primeras líneas de este trabajo y vamos a seguir buscándola hasta el final. Sería interesante —y el lector lo suele pedir— dar una contestación rotunda, pero en arte las respuestas matemáticas no existen. En principio vamos a relacionarlo con Brummel, que decía: "Permaneced en público todo el tiempo necesario para producir efecto; cuando lo hayáis produ- cido, retiraos". Cuando Juan Ramón, tras sus estancias en Madrid, desaparece del escenario de la capital, da la sensación de que reproduce este principio del dandy. Quizás sus razones son inconscientes, ajenas a esto, pero al menos existe esa postura, ese movimiento de retirada que muchos consideraron ex- traño.
El aplomo de Juan Ramón, su sensualidad, tan corriente entre los hom- bres espirituales, nos recuerda a Brummel. Además ese algo frío, de indiferen- cia—sus propios contemporáneos lo han reconocido—, su sobriedad, su grave- dad. Pero lo que más nos sorprende en él —y esto se acerca bastante al varón inglés— es su mesura, su elegancia, su pose.
Hay otro detalle importante: "Un dandy —dice D'Aurebilly— puede consumir, si lo quiere, diez horas en su arreglo personal, pero, una vez conclui- do, lo olvida. Son los demás quienes deben darse cuenta de que está bien arreglado''(24). Desconocemos el hecho de si hubo intencionalidad específica en el caso de Juan Ramón, pero sabemos por Graciela Palau de Nemes que el poeta de Moguer dedicó algunas horas a su arreglo personal en vísperas de su boda, que por cierto preparó todo un ajuar de tono muy elegante —ella lo detalla minuciosamente—; un vestuario digno más de un dandy que de un futuro esposo corriente: "Para el viaje a los Estados Unidos, Juan Ramón se compró dieciocho camisas, quince calzoncillos, cinco pijamas, dos docenas de pañuelos y veinticinco pares de calcetines. Llevaba además, siete pares de guantes, un traje de, frac completo con tres chalecos, un traje de levita, un traje de chaquet, un traje de smoking, y otras levitas, chaquets, chalecos y pantalo- nes que hacían juego, un traje azul,' un traje gris, un traje negro, un abrigo azul, dos abrigos grises, una docena de pares de calzado entre zapatos, botas y botines, y todo lo demás perteneciente al atavío masculino. Llenó un baúl, tres maletas, una sombrera y una cuellera"(25).
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Dicen que Brummel tras su ruina se volvió loco y que su locura se tiñó de dandysmo, llegando a padecer el delirio de la elegancia en la desesperación. Y Barbey nos describe su atuendo, donde advertimos algunas semejanzas en las prendas de vestir y en los colores: "vestido, como en su juventud, por todo lo grande, con el frac azul wigh con botones de oro, chaleco de piqué y pantalón negro. .."(26).
Y como Brummel, que llegó a convertirse en un dandy venido a menos, tras su ruina económica, pero conservando siempre su altivez, Juan Ramón sufrió otro tanto por unas circunstancias similares. Aunque contrastando con Brummel, que se arruinó en su madurez, a Juan Ramón le ocurrió en plena juventud, y más tarde se reestableció. En 1905 Juan Ramón volvió a Moguer enfermo, como decía él: "con una gran enfermedad de corazón, perdida toda esperanza". La ruina amenazaba su casa y el poeta andaba preocupado y has,ta se sentía inclinado al suicidio(27).
Otro aspecto del dandy es el de las relaciones amistosas. Sobre Brummel comentaba D'Aurebilly que "su obsequiosidad, impregnada de buenas pala- bras, es una perfección superior de la cortesía. Para él la amistad es un tema cuya riqueza de variantes conoce a las mil maravillas, acomodando el diapasón de cada personalidad a cada una de sus modalidades sonoras. Toda su vida está impregnada por completo de su persistente egocentrismo, que, sin embargo, consigue le sea desde el primer instante perdonado gracias a la fina expresión de sus modales. Así, resulta artista con los artistas, anciano entre los ancianos, niño rodeado de la alegre infancia"(28). Estas palabras las podríamos aplicar fácilmente a Juan Ramón, aunque —y en esto sí habría una diferencia nota- ble— su mirada hacia esos seres rebosó siempre de complacencia y bondad, en un tono mucho más llano que el de Brummel.
Si el dandy inglés se valía de la intención transparente, del silencio mis- mo; y esto explica la escasez de las frases que ha dejado, Juan Ramón además de todo esto nos ha dejado sus versos. Si partimos de la idea juanramoniana de que poseía y vida son la misma cosa podremos escarbar en algunos de sus primeros poemas y veremos en ellos el reflejo, o mejor dicho,, la imagen re- flejada en el espejo de su vida.
Quizás donde se observan algunos de estos aspectos del dandy sea en dos de sus libros, Ninfeas y Diario de un poeta recién casado.
..."un negro mar de nada, de acumulada, trastornada nada?
¡Nada!

(La palabra, aquí, encuentra hoy, para mí, su sitio, en catástrofe
yerta, como un cadáver de palabra que se tendiera en un sepulcro natural).
¡Nada y mar¡(29)".
En estos versos el poeta responde a uno de los principios del dandy. - 490 -
Quizás tras un análisis detallado de este poema ("Mar, nada") podríamos lle- gar a conclusiones bien distintas. Entramos en el campo de las subjetividades. Sin embargo no se requieren excesivos esfuerzos de imaginación para llegar a la conclusión de que nos está respondiendo aquí a la siguiente idea: El dandy puro no debe hacer nada. Hay en estos versos un apunte de cierta consagración a lo estéril. Si en Juan Ramón quizás esta postura se mantenga por poco tiempo frente al dandy auténtico, lo que nos interesa es que en cierto momento de su obra se da esa posibilidad.
En el poema "Solo yo" de Diario expresa la impasibilidad mezclada con la insatisfacción:
"¿qué sabéis de mi centro, qué sabéis de su centro? Si salís a su encuentro,
mi sangre no se altera...) ;Yo solo vivo dentro

de la primavera!(30)."
Igualmente ocurre en "Mar despierto", donde lo anterior entra en con- tacto con la belleza, una belleza fría, impasible:
"¡qué alegre y loco,
levantas y recoges, hecho belleza innúmera, tu ardiente y frío dinamismo,
tu hierro hecho movimiento,

..., oh mar sin sueño,
contemplador eterno, y sin cansancio..."(31)

La soledad es tema importante en la poesía de Juan Ramón. Y a veces se nos muestra el hombre solitario, el dandy en su aislamiento voluntario. En el poema "Con tu elemento natural" se identifica con el mar diciendo:
..."Tú, el mar, creando, recreando tan solo el espectáculo
completo de nuestro mundo de hoy.
Estás, como en un parto permanente, dándote a luz... a ti mismo, mar único, a ti mismo, a ti solo..."(32)

Igual ocurre en "Partida":
"Hasta estas puras noches tuyas, mar, no tuvo el alma mía, sola más que nunca,
aquel afán, un día presentido,
de partir sin razón."(33)

La indolencia se observa también, en un mundo decadente, de desidia, de cansancio, de hastío, de tristeza:
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"Te tenía olvidado,
cielo, y no eras
más que un vago existir de luz,
visto —sin nombre—
por mis cansados ojos indolentes.
Y aparecías, entre las palabras
perezosas y deseperanzadas del viajero,
como en breves lagunas repetidas
de un paisaje de agua visto en sueños..."(34).

En algunos poemas de Ninfeas se observa fácilmente la figura del Satán romántico engalanado de belleza. Percibimos allí la rebeldía contra el bien, e incluso la aceptación del Mal. En "Mis demonios", lo demoníaco del dandy lo resume en tres demonios:
..."los lúgubres Demonios alzan con ardimiento..., ¿Quiénes son estos tres Demonios?
El Ensueño;...

El Delirio
y el sarcástico Desencanto
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En el poema "Quimérica" también aparece el Mal en unos versos de carácter romántico y envueltos en un aire de decadentismo fin de siglo:
"A medida que la bruma de la tarde triste avanza,
extendiendo su sudario ceniciento, su fatídica mortaja,

sobre el cuerpo agonizante de la Tierra,
que va a hundirse en el Misterio...; cuando, pálida del combate sostenido con el día,
va asomando por Oriente amedrentada
la tranquila emperatriz de las negruras,
la tranquila emperatriz de faz de nácar,
que camina lentamente, temerosa
de que el Sol vuelva a ofrecerle la batalla;

van creciendo las angustias en mi pecho,
y las sombras, como fría y negra tapa
de una tumba, van pesando formidables sobre el tétrico sepulcro de mi alma..." (36)

El tema del Eros en Juan Ramón no concuerda en absoluto con la idea que el dandy tiene del amor. El dandy es un seductor cuyo fin no es el amor mismo, porque su esterilidad la proyecta hasta en este sentimiento; o sea, su
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