miércoles, 24 de junio de 2015

Decadencias SIEMPRE BORGES

Luis Antonio de Villena














Dicen que la bibliografía que existe sobre Jorge Luis Borges (1899-1986) es ya inmensa y prácticamente ilegible por seca o especializada. Libros sobre el personaje y la obra, que ya eran muchos en vida del autor realmente genial, el porteño enterrado en Ginebra. Recuerden que cuando en los años 30, Drieu La Rochelle lo conoció en Buenos Aires  -entonces un autor de minorías- declaró ya en Francia: “Borges merece el viaje”. Sin duda tenía razón. Y creo que, con todo, además de hallarse con Borges mismo (yo lo conocíde adolescente y nunca lo he podido dejar, fascinado habitualmente) no viene mal repasar un ensayo lúcido sobre el gran argentino. Por ejemplo “Sin miedo a Borges” del profesor David Viñas Piquer, editado en Barcelona por Elba, editorial cuidadosa.  El libro no es largo y está lleno de hallazgos, aunque parte de una premisa que quizá hoy tenga sentido pero que no lo tuvo en mi generación. Que Borges fuera un autor (como se pregonaba) que escribía brillantemente literatura sobre literatura, y que abundaba en autores raros y saberes recónditos –dicen que eso hoy echaría para atrás- a los “novísimos” nos encantaba. Pero es verdad que ese Borges que descreyó a la postre de sus pinitos vanguardistas, criollistas y barrocos para caer gozosamente original en el clasicismo de la “difícil facilidad” es un genio que juega a ser erudito, pero que lo es sobre todo de apariencia e incluso de invención, porque Borges igual saca nombres raros de enciclopedias generalistas (uno de sus libros favoritos) como se inventa autores…
Igual le ocurre con la filosofía o la teología, los laberintos, los espejos y los juegos asombrosos con el espacio y el tiempo. Claro que había leído a Schopenhauer –uno de sus favoritos- a Platón y hasta a Pedro Malón de Chaide, de tan rica prosa, pero (escéptico contumaz) a Borges le interesaba más la sorpresa o el logro literarios que lo filosófico o teológico, trampantojo más que verdad en su obra. Escritor radicalmente original en el manejo de la tradición  dijo “No sabemos qué cosa es el universo” pero también –con Flaubert-  que el autor debía estar en su obra como Dios en ese Universo: presente en todas partes pero en ninguna visible.  Borges creía en la lectura hedónica o sea la que da placer. La literatura es placer básico y por eso acepta leyendas y trampas,  como ese Borges impostor que habla del “otro”: Uno es Borges el escritor, otro un señor anónimo: “No sé cuál de los dos escribe esta página”, al tiempo que sabe que él será el mito del escritor/biblioteca, conociendo bien que a un autor le cumple hacer una obra lo mejor que pueda y a la par (lo dice ese Borges de apariencia tan consuetudinaria y por ello especial)  construir una imagen de sí mismo con la sospecha de que esa imagen  es más importante que todo lo demás. Posmoderno por intertextualidades y clasicismo renovado, Borges era un genio que se creía Borges, como al desgaire. Irónico, lúcido, lúdico, melancólico, perfecto, antiacadémico y erudito de veras y a la violeta, Borges no defrauda jamás.  “Así mi vida es una fuga  y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro” La rosa es sin porqué.

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